A veces resulta burlesco lo voluble que se
vuelve la historia y como algunos hechos se vinculan a lo largo de la historia
sin demasiado sentido provocando extrañas coincidencias.
Este es el caso del intento de atentado de
Alfonso XII el 25 de octubre de 1878, en el que el a punto estuvo de morir a
menos de doscientos metros de donde su hijo, 28 años después también fue
víctima de otro atentado que de nuevo también resultó fallido, al sufrir una
ataque con una bomba Orsini envuelta en un ramo de flores, que fue lanzada
desde lo alto del edificio de la Calle Mayor 88 al paso de la carroza real el
día de su boda.
Pero vamos al atentado que hoy nos
compete, al de Alfonso XII, el cuál pese ser fallido y no generar heridos
alguno, tuvo realmente una bajísima repercusión en los diarios de la época, es
más el juicio sumarísimo y la condena a garrote vil que sufrió su protagonista,
apenas tuvieron repercusión en los medios escritos de entonces. Pero vamos por
partes que nos estamos adelantando.
El atentado ocurrió casi en la esquina en
la Calle Mayor, cuando el monarca de regreso de un viaje se dirigía a caballo
de camino al Palacio Real acompañando a las tropas que venían de unas maniobras,
aprovechando el refugio del gentío que se agolpaba para recibir al monarca por
las calles de Madrid, un joven obrero catalán de 23 años, tonelero para más
señas y que respondía al nombre de Joan Oliva Moncosí, le descerrajo dos tiros
en el pecho a una distancia de apenas un par de metros de su víctima. Los
disparos misteriosamente no llegaron a herir al monarca por lo que o bien el
pobre de Joan no era demasiado ducho en el manejo de las armas, o bien los
nervios de verse a punto de cometer semejante magnicidio hicieron que su pulso
no mantuviera la firmeza que el acto requería.
El monarca fue conducido a palacio a toda
marcha y el joven reducido en el instante y arrestado por la guardia del Rey,
la cual le interrogó, y al declarar este que era de pensamiento republicano,
originó la excusa perfecta para poder registrar e irrumpir en diferentes
locales de dicho pensamiento, con la intención de recabar pruebas aunque más
movido por un interés de registro que por encontrar datos sobre el Joan, que
para que nos vamos a engañar ya estaba sentenciado desde el momento de realizar
los dos disparos.
El joven al parecer, había llegado una
semana antes a Madrid con la idea de terminar con la vida del rey fijada en su
cabeza, y al parecer horas antes de su atentado, entró en un café a escribir las
últimas líneas de su diario, en la que contaba los pormenores de su atentado y
los motivos que le movían.
Finalmente y sin demasiada dilación, pasó
a ser juzgado menos de un mes después (12 de Noviembre de ese mismo año) y el 4
de enero de 1879 ejecutado mediante pena de garrote en Chamberí, terminando con
su vida de la manera más absurda posible.