Hoy vamos a pasear por la Plaza de Cascorro, pero hoy
espero que me deis la licencia de olvidarme un poco de la parte histórica, para
dejaros mis recuerdos y vivencias de la infancia. Os haré un repaso por mis
recuerdos de infancia en la plaza, que supongo que es algo que no puede leerse
en cualquier blog y que si de verdad os gusta Madrid también forma parte de ella.
Veréis, mi abuelo tenía una tienda de artículos de
montaña justo delante de la estatua, en el número nueve, al lado de una
minúscula juguetería donde una señora mayor, que siempre estaba sentada en su
puerta, esperaba los clientes que nunca llegaban tanto como ella quería.
Fue mi abuelo el que en parte me dio el amor y afición
que tengo por esta ciudad y sus rarezas, allí entre sacos de dormir, tiendas de
campaña y botas Chirucas, él me contaba como el bueno de Eloy Gonzalo, valeroso
como pocos, salvo a sus compañeros de una muerte segura en las inmediaciones de
la ciudad de Cacorro, pero que no es oro todo lo que reluce y aunque valeroso en la batalla el tío Cascorro fue un pieza de cuidado en su vida. Él me contaba mientras descolgábamos de la fachada los
expositores de mercancía, como en la cercana plaza de la Cebada se hacían
ejecuciones, unas más conocidas y otras no tanto, pero que en la mayoría de ellas el público aclamaba al verdugo como parte de una fiesta popular; o como mientras esperaba a que me comprara el tebeo de cada sábado,
en el quiosco del final de la calle Embajadores, me contaba como desenterraron
a la Cibeles tras la guerra civil con sus propias manos.
También él me enseñaba mientras cambiábamos cromos en el Campillo del Mundo Nuevo, que el dinero no es la única moneda legal de este mundo y que el trueque siempre tendrá un lugar en Madrid como moneda de cambio; o como mientras me tapaba la nariz por el olor a pescado de la calle Maldonadas, él me decía que antes olía igual de mal, pero no había pescado que llevarse a la boca.
También él me enseñaba mientras cambiábamos cromos en el Campillo del Mundo Nuevo, que el dinero no es la única moneda legal de este mundo y que el trueque siempre tendrá un lugar en Madrid como moneda de cambio; o como mientras me tapaba la nariz por el olor a pescado de la calle Maldonadas, él me decía que antes olía igual de mal, pero no había pescado que llevarse a la boca.
Aquella tienda, por desgracia se cerró siendo yo bastante
ñajo, pero no terminaron allí mis días de Rastro. Mi madre comenzó a hacerse
cargo de esta tienda de maletas, baúles y estanterías de pino que os dejo en la
fotografía y que se encontraba un poco más abajo, en el número once. Allí
comencé desde muy temprano a vender los domingos para sacarme algún dinerillo y
ayudar a la familia. Aprendí a regatear, a saber vender, a valorar el género que vendías y a diferenciar
el que viene a comprar del que sólo viene a mirar. Aprendí que los bocadillos
de media mañana en el trabajo, tienen un sabor distinto al de cualquier otra
hora del día. Aprendí a ver a los rateros y carteristas antes de que se te
acerquen, aprendí que a veces es más rico el que nada tiene, pero no olvida lo
que le enseñaron sus mayores y a valorar la tradición de esta ciudad muy por
encima de sus constantes cambios.
Quizá allí aprendí también, mientras sacaba y montabas el puesto, a diferenciar lo que era un
hippie de los que se ponían en ribera de Curtidores a tocar el tambor y fumar
lo que hubiera, de lo que era un Heavys de los que subían a Marihuana en busca
de parches y camisetas, o de un Sking de los que buscaban bombers militares o de
un pijo sin presupuesto de los que subían a comprar jerséis Privata para
anudarlos a sus cuellos.
También allí aprendí mi amor por la música, con las miles
de cinta TDK de 90 min que comprábamos con el sueldo del día, con aquellos
grandes éxitos grabados de Queen, Led Zeppellin o los Doors. O como aunque uno
no lo quiera, la ciudad que te acoge y te envuelve, día a día, va cambiando al
son de nuestras propias costumbres. Allí aprendí que si algo ya no es lo que
era, solamente es por un motivo, y es que quienes antes lo usaban y ahora lo
añoran, dejaron de darle la importancia que tenía y dejaron de acudir a
mantenerlo vivo, ni más, ni menos...
En definitiva, aprendí que las personas, así como las ciudades crecen y se aleccionan rodeadas de su entorno, por lo que si Madrid es lo que es, tanto para bien, como para mal, es sin duda culpa de los madrileños y de sus visitantes.
En definitiva, aprendí que las personas, así como las ciudades crecen y se aleccionan rodeadas de su entorno, por lo que si Madrid es lo que es, tanto para bien, como para mal, es sin duda culpa de los madrileños y de sus visitantes.
Nos ha encantado! Muchas gracias, con vuestro permiso compartimos en nuestra página de @RteMalacatin.
ResponderEliminarPor supuesto Susana, un verdadero placer que me compartáis y que os haya gustado.
EliminarSergio estoy deseando seguir con tú lectura..........
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