Corría un Madrid, el del siglo XIV, en el que la
ciudad se hacía cada vez más grande debido a las gentes de pueblos vecinos que
venían a negociar entre sus muros enriqueciendo la ciudad de una mezcla
variopinta de culturas y saberes.
Cierto es que el nivel medio de la población madrileña
era bastante bajo cosa que utilizaba constantemente la iglesia para mantener al
populacho cautivo bajo el miedo de lo mundano y lo divino, bajo el miedo del
bien y el mal que obviamente fascinaba y atemorizaba a la población a partes
iguales.
Pero realmente la historia que hoy os traigo no tiene
mucho que ver con la Iglesia aunque sí que está relacionada con el miedo y
fascinación que desde siempre hemos tenido por lo inexplicable.
La historia de hoy tiene como protagonista a Martín
Perdomes, un hortelano de Vicálvaro el cual bajaba casi a diario a los mercados
de la villa para promover su producto.
El caso es que al bueno de Martín le dio un día por
comentar que por las noches le visitaba el diablo. No sabemos muy bien si esto
fue fruto de la locura, de un bulo que se le fue de las manos o de una maniobra
premeditada, pero el caso es que Martín comenzó a observar que cada vez tenía
más clientes y que su bolsa cada vez se llenaba más por el fruto de aquellas
“visitas”, que por el fruto de su trabajo. Así que ni corto ni perezoso comenzó
a dar alas a aquel personaje por los mercados madrileños, cosa que corría de
boca en boca y que llegado el momento obligó al hortelano a abrir un
consultorio espiritual en la Ribera de Curtidores. Donde poder atender a sus
clientes como realmente merecían sus bolsas.
Se dice que incluso fue llamado al Alcázar para
entrevistarse con el rey y que este confió en las profecías que el diablo le
susurraba al oído cada noche, en más de una ocasión.
Sinceramente no soy mucho de creer en estas
supercherías, pero lo que parece cierto es que la ciudad de Madrid decidió
creerle como para darle tal nivel de popularidad, por lo que… ¿Quién soy yo
para ponerlo en duda?
Imagen perteneciente a la película Häxan de Benjamin Christensen
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