Cualquiera que haya visitado Madrid,
por fuerza habrá pasado por la Plaza Mayor, que a mi gusto, junto con la de
Salamanca, supone una de las plazas más bellas de nuestro país, sin
desperdiciar por ello las múltiples plazas que tenemos por toda España.
Pero hoy no nos vamos a extender en
comentar la plaza, que tiene para largo y tendido, sino a su vecino más imponente, y este no es otro que la
estatua de Felipe III que se sitúa en el centro de la plaza y que la hace aún
más bonita si cabe.
La estatua se elaboró por mandato de
Cosme de Medici en Florencia a los artistas Juan de Bolonia y Pietro Tacca con el fin de ser regalada al rey español.
En un principio la estatua se situó
en los jardines del Alcázar, hasta que en 1617 se trasladó a los jardines del
Reservado en la Casa de Campo, donde estuvo situada hasta que el gran Mesonero
Romanos, convenció a la reina Isabel II para que desplazara sus cinco toneladas
de peso hasta el centro de la Plaza Mayor, para de manera velada poder
prohibir la celebración de festejos taurinos en el interior de la plaza, sin
tener que enfrentarse a una prohibición, que a buen seguro, ya por aquel entonces hubiera
supuesto la disconformidad de una parte de la población.
Pero si esta estatua hoy en día es
orgullo de cualquier madrileño, bien es cierto que durante su historia ha sido
diana de los enemigos de la monarquía en los dos periodos en los que la República ha sido la opción gobernante en nuestro país.
Durante la primera fue retirada a un
almacén en donde quedó encerrada para evitar males mayores, hasta que posteriormente Alfonso XIII la
rescató de su exilio. Y durante la segunda se generó un incidente que reveló
uno de los secretos más curiosos de esta estatua. En 1931 en pleno alzamiento y
bullicio antimonárquico, un personaje, por llamarlo de algún modo, decidió que lo mejor era volar por los
aires la figura del rey, por lo que colocó un artefacto explosivo en la boca
del caballo e hizo volar por los aires una parte del mismo.
Cuando el efecto de la explosión permitió
que los presentes se acercaran, descubrieron el secreto que el caballo llevaba
años o quizá siglos guardando en su interior y es que el caballo tenía cientos de cadáveres de
pajarillos en su interior. Por lo que se pudo deducir, la boca del caballo
estaba hueca y se comunicaba con el vaciado interior de la estatua, cosa que
hacía que muchos pájaros utilizaran dicha entrada para protegerse en su
interior en los días de frío. Al parecer, la salida no era tan accesible como
la entrada para aquellos pequeños animales, por lo que su cobijo se convertía
en una terrible trampa mortal y allí quedaban sus restos al no lograr salir al
exterior.
Posteriormente en 1934, el escultor Juan Cristóbal se encargó de su restauración y de obviamente cerrar
aquella trampa mortal para que no volviera a ocurrir.
Por último comentaros que la estatua
ha sido desplazada a otro lugar más durante su historia, y es que en 1970
durante las obras de construcción del túnel y parking que se encuentra bajo la
plaza, la estatua residió durante un año en el Parque del Retiro.
No me negaréis
que para una estatua con ese peso y volumen, no ha tenido una vida ajetreada.
Estado de la estatua tras la explosión el 14 de abril de 1931 (Fotografía ABC)
Montaje del caballo en la Plaza Mayor una vez restaurado. (fuente exprimemadrid)
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