Me vais disculpar, pero hoy voy a salirme de mi habitual mirada al pasado, para dejaros esta humilde mirada al presente. La cual aunque totalmente personal, no podía dejar más tiempo sin expresar.
Quiero pedir disculpas por adelantado pues seguramente te encuentras en este momento leyendo algo distinto a lo que esperabas, y si tu intención era únicamente la de recibir algún recuerdo de lo ocurrido en la historia de nuestro Madrid, quizá debas parar en este momento de leer.
Uno, a base de recordar cada día un pedacito de nuestra historia, se ha acostumbrado a escuchar asiduamente una frase, muy repetida entre mis lectores, que no es otra que aquella de “Recordemos la historia, para que no se vuelva a repetir”.
Sin embargo, y ojo, esto es una apreciación totalmente personal, no deja de venirme a la cabeza, la idea de que constantemente se insiste en nuestros días, en que volvamos a vivir en tiempos de dos bandos, en que no cabe más realidad que la propia, y que todo aquel que no piense y defienda tu misma idea, es total, absolutamente y sin remisión posible, tu enemigo.
Se nos está inculcando, y por ende, nosotros estamos inculcando en nuestros hijos, la idea de que el que no piensa como tú, está atentando contra ti, está totalmente equivocado y merece lapidación publica o del tipo que sea.
Quizá, por esta especial visión que tengo, al repasar cada día lo que ha ocurrido en nuestra historia, soy consciente de que nunca hubo un bando bueno, de que en aquella guerra que tanto nos separó, en todas las que la precedieron y los gobiernos que tras ella nos han marcado este presente, casi ninguno fueron buenos, pero sí que hubieron (y continúa habiendo) muchos malos. No recuerdo desde los Austrias, ningún gobierno que uno mereciera defender, y mucho menos, el alzarse en ataque contra tu hermano, tu familia o un simple vecino.
Nos hemos acostumbrado a ser tan bajos de miras, que aunque quien nos represente no merezca dicho honor, nos alzamos como soldados de las Termopilas a luchar con uñas y dientes, con espada y escudo, contra todo aquel al que mínimamente se le presuponga una leve inclinación al pensamiento opuesto.
Por supuesto que tengo mis ideas, por supuesto que creo y defiendo (que para eso mis abuelos me otorgaron ese privilegio) que mis ideas son las adecuadas. Pero lo siento, me niego a verte, tratarte y humillarte como mi enemigo, por el hecho de que tú pienses distinto.
Puedo debatir contigo, expresarte mis ideas, tú las tuyas y que terminemos pensando que ambos estamos equivocados, pero eso no te convierte en mi enemigo, te convierte en una persona inteligente (o no, que eso nada tiene que ver con la elección de cada uno), con un punto de vista, criterio y elección distinto al mío. Simple y llanamente.
Y me niego a quitarte ese privilegio, del mismo modo, que me niego a prescindir yo del mío.
Me niego a entrar en este juego de bandos, guerras y confrontación, al que nos están haciendo ir ambos lados. Sí, ambos son culpables, de la misma medida, pues como dice el dicho popular, “dos no discuten si uno no quiere”, y en esto, ambos están queriendo que nos arrojemos de nuevo a las trincheras.
Me niego a quitarme el derecho de ser respetuoso contigo, y me niego el derecho a no creer que tu derecho a equivocarte ya no tiene cabida en esta sociedad. El derecho de ambos a pensar opuesto, sin que nadie nos imponga a la fuerza aquello en lo que no creemos.
En unos días, se van a celebrar unas elecciones y deseo que votes a quién tú creas que es adecuado, del mismo modo que yo lo haré. Ambos con la cabeza bien alta y con el total convencimiento de que nuestra elección es la más correcta en este momento. Sin esperar, que tenga que rendir cuentas a nadie por mi elección, y esperando que tú no tengas que sufrir, ni te veas perjudicado, si finalmente el equivocado eras tú.
Ese es para mí el sentido de la democracia, esa es para mi la idea que pretendo inculcar a mi hijo: Su firme, inequívoco y total derecho a equivocarse de por vida, siempre que la meta sea aprender, para hacerlo mejor la vez próxima.
Finalmente, espero, aunque sé que esto ya es una entelequia, que quien gane las próximas elecciones, sepa tratar a quien no salga elegido, como alguien con quien colaborar y no con alguien a quien humillar y del que regocijarse. Del mismo modo, desearía que quien no salga elegido, ofrezca su mano y no su puño, ofrezca sus ideas y no sus juicios, ofrezca su trabajo y no su zancadilla. Es decir, que ambos trabajen para todos nosotros, que salvo error por mi parte, es para lo que se les paga a todos ellos, sea cual sea el resultado.
Sinceramente, sé que esto último no ocurrirá, no soy tan iluso. Pero estoy completamente seguro de que eso nos daría un mejor futuro que este constante, absurdo y apocalíptico "conmigo o contra mí" que se está imponiendo, y al que algunos llaman política, sin ser otra cosa, que el más cínico ejercicio de egoísmo en el que todos estamos viviendo.
Estimado lector, suerte con tu elección, me temo, que la vamos a necesitar. TODOS.
Mujeres votando en las elecciones de 1933