Esta pequeña callecilla, peatonal por fuerza ya que se
inicia en unas escalerillas que salen de la Costanilla de San Andrés y la hacen
terminar en la Plaza del Alamillo, guarda un gran encanto para el paseante que
se la encuentra en su recorrido, no posee ningún encanto especial pero es de
esas calles que se han mantenido en el tiempo dándonos una idea de lo que fue
el Madrid de otra época.
Durante el tiempo se han mantenido dos leyendas sobre
el porqué de su nombre, sin embargo creo que su verdadero significado es mucho
menos romántico que el que las dos leyendas nos indica.
La primera de ellas cuenta que en un balcón de la
calle se podían ver unas impresionantes astas de toro que habían sido colocadas
tras una fastuosa lidia en las que el animal sufrió hasta ocho pares de
banderillas y más de veinte varas. Según indicaba la leyenda los vecinos se
encontraban atemorizados ya que todos los días a la misma hora en la que el toro
había dado su último aliento, éste bramaba helando la sangre de sus
viandantes. Más tarde se averiguó que el dueño de las astas, había pagado a un
chiquillo para que cada día hiciera sonar un cuerno con el fin de atemorizar a
las gentes con el sonido lastimero del astado.
La segunda cuenta como Madrid era gobernada por el musulmán
Aliatar el cual estaba enamorado de la morisca Zaida que vivía en este callejón.
Éste con el fin de cortejarla preparó un festejo taurino en la cercana plaza
del Alamillo. Sin embargo el toro salió más bravo de lo esperado y cada morisco
que intentaba alancearlo salía maltrecho. Un joven cristiano de gran porte,
solicitó a Aliatar que le permitiera intentarlo, este se lo permitió y el joven
cristiano consiguió abatir al animal.
La joven Zaida cayo irremediablemente enamorada del
valeroso cristiano quien al quitarse el casco dejó asombrado a los presentes
pues no era otro que el mismísimo Cid Campeador.
El Cid se fue y cuenta la leyenda que Zaida colocó las asta del toro abatido por su amado en su fachada, y que cada vez que ella
suspiraba por su amado, el toro bramaba exhibiendo a los vecinos la desesperación
de su amor.
Sin embargo las pocas posibilidades de que le Cid estuviera
en Madrid, hace que ésta leyenda parezca más un intento de engrandecer su
leyenda que de una posibilidad, que si bien es verdad que como leyenda tiene
mucho encanto es muy poco probable.
Personalmente creo que algún otro se debió de escapar
de la plaza de la Paja, donde antiguamente se celebraban festejos taurinos, y
que a su paso por esta calle, la imaginación popular decidió otorgar a la calle
de estas leyendas que nos han traído su nombre a nuestros días.
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Efectivamente, una calle con mucho encanto. Esa zona es seguramente mi preferida... ¡Un abrazo!
ResponderEliminarMe encanta porque mi padre y yo nacimos en ella.
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