En estos días en que la corrupción casi daría para
rellenar un álbum de cromos, de esos que con tanto mimo rellenábamos en nuestra
niñez, nos parece que esto es algo de nuestros tiempo, sin embargo, nada más
lejos de la realidad, mal que nos pese, lo de ser picaros y vivir en esa
delgada línea que separa el bien del mal, o vivir directamente sin problema al
otro lado de ésta, es algo que se ha venido repitiendo en el correr de los
tiempo y de nuestras calles.
Hoy vamos a recordar a uno de estos negros personajes
de nuestra historia, que aunque no merezcan su recuerdo, nunca está de más el
traerlos a la memoria, a ver si así, nos empeñamos en no dejar que se repitan.
Pues bien, el bueno de García Chico, y digo bueno por
no ser demasiado crítico de inicio, era un jefe de la policía madrileña allá
por la mitad del 1800, era muy conocido en toda la ciudad, sobre todo en los bajos
fondos, en los que se movía como pez en el agua y a los que controlaba en su
propio beneficio sin ningún escrúpulo. Extorsionador, mangante, putero, chulo y
proxeneta, eran tan sólo alguna de las lindezas que atesoraba Paco en su
currículo. Llego un momento en el que
raro era el negocio turbio que se diera en la ciudad, que no tuviera el unte o
beneplácito del García Chico.
También era un gran amante del arte y ya fuera como
fruto directo de sus acciones extralaborales o pertenecientes a algún requisado
que no llegara a los almacenes de la policía, el caso es que el jefe de la
policía tenía en su casa una colección digna del mayor de los coleccionistas,
con más de 700 cuadros entre los que se acumulaban cuadros de Velázquez,
Rubens, Durero, Murillo y hasta más de 50 Goyas, según lo que comentaban las
buenas o malas lenguas de por aquel entonces.
Como podéis imaginar, el jefe de policía, que ya de por
sí no es una cargo que genere muchas amistades entre la población llana, no era
el invitado de todas las fiestas y el número de enemigos que le tenían en su
lista, no era para nada como para no tenerlo en cuenta, por lo que por aquello
de que a todo cerdo le llega su San Martín, cuando estalló la Vicalvarada en
julio de 1854 y el pueblo tomo más o menos el poder de las calles, no faltaron
una gran lista de extorsionados, agraviados y amantes despechadas que se
personaron en su casa de la plaza de los Mostenses para rendirle cuentas. Sin muchos miramientos tiraron su puerta abajo y
arrastrándolo sobre el mismo colchón en el que dormía, lo llevaron en volandas hasta la plaza
de la Cebada, donde sin más juicio, ni justicia, que la que el policía había
desempeñado durante toda su vida, lo condenaron a muerte y lo ajusticiaron allí mismo
bajo el fuego de las armas del pueblo.
Quizá no fue el mejor de los finales, pero hasta aquí la historia de García Chico, esperemos
que cunda el ejemplo de su final entre estos nuestros políticos actuales y que
recuerden lo que puede terminar siendo su final si continúan llenado los
zurrones de aguantes de sus votantes.
Espero, que si no conocíais su historia os haya
resultado curiosa o que al menos os la haya traído a la memoria este personaje olvidado de nuestro Madrid más oscuro.
Garcia Chico llevado en volandas en su propio colchón para ser ajusticiado en la Plaza de la Cebada.
Fuente Archivos de la Historia
Plano de la plaza de los Mostenses en tiempos de García Chico.
Plaza de la Cebada, tiempo después de la ejecución de nuestro personaje.
Lo comenta Baroja en sus memorias
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