Una calle nunca puede elegir el motivo por el que pasará a la historia, y aunque es habitual que su historia suela estar unido al de algún famoso, el motivo no siempre es todo lo decoroso que uno desearía.
Este es el caso de la calle del codo, que sin comerlo ni beberlo ha pasado a la historia por ser el lugar preferido donde Quevedo se paraba a descansar su vejiga.
Por aquel, entonces era habitual que desde las ventanas de las casas se vaciaran los orinales al grito de "Agua vaaa" y que los Madrileños orinaran en las esquinas sin ningún tipo de disimulo.
Pues bien, dado que el tufillo de las calles era importante, la corona, decidió colocar una serie de cruces en los lugares más orinados por los viandantes, con un cartel anunciando que "Donde hay una cruz no se orina".
Una vecina de la citada calle del codo, cansada de que Don Francisco parara a miccionar cada día en la esquina que da nombre a la calle (se llama así por su forma acodada), solicitó que colocaran en su portal una cruz con el citado cartelito. Lejos de solucionarse el problema, para su sorpresa, al día siguiente amaneció una pintada con el siguiente texto, escrito del puño y letra del propio Quevedo. "Y donde se orina no se ponen cruces".
En fin, es triste pero a la pobre calle del codo, no se le conocen muchos más méritos que el de haber sido receptor de tan guarra y célebre anécdota. Al menos sigue siendo una de las calles más bucólicas y encantadoras para aquellos que les guste callejear alejándose del recorrido turístico.
Otra de las curiosidades que la calle encierra, es que para la mayoría es recordada pues en ella se hacían los exámenes de mecanografía, por lo que no guarda un grato recuerdo para muchos.
Por último, señalaros, que su entrada es por lo menos para mi, la entrada de calle más estrecha de todo Madrid, por lo que cuando entréis en ella, no olvidéis mirar hacía arriba y ver como parece que los edificios que le dan paso van a llegar a tocarse en su extremo.
Este es el caso de la calle del codo, que sin comerlo ni beberlo ha pasado a la historia por ser el lugar preferido donde Quevedo se paraba a descansar su vejiga.
Por aquel, entonces era habitual que desde las ventanas de las casas se vaciaran los orinales al grito de "Agua vaaa" y que los Madrileños orinaran en las esquinas sin ningún tipo de disimulo.
Pues bien, dado que el tufillo de las calles era importante, la corona, decidió colocar una serie de cruces en los lugares más orinados por los viandantes, con un cartel anunciando que "Donde hay una cruz no se orina".
Una vecina de la citada calle del codo, cansada de que Don Francisco parara a miccionar cada día en la esquina que da nombre a la calle (se llama así por su forma acodada), solicitó que colocaran en su portal una cruz con el citado cartelito. Lejos de solucionarse el problema, para su sorpresa, al día siguiente amaneció una pintada con el siguiente texto, escrito del puño y letra del propio Quevedo. "Y donde se orina no se ponen cruces".
En fin, es triste pero a la pobre calle del codo, no se le conocen muchos más méritos que el de haber sido receptor de tan guarra y célebre anécdota. Al menos sigue siendo una de las calles más bucólicas y encantadoras para aquellos que les guste callejear alejándose del recorrido turístico.
Otra de las curiosidades que la calle encierra, es que para la mayoría es recordada pues en ella se hacían los exámenes de mecanografía, por lo que no guarda un grato recuerdo para muchos.
Por último, señalaros, que su entrada es por lo menos para mi, la entrada de calle más estrecha de todo Madrid, por lo que cuando entréis en ella, no olvidéis mirar hacía arriba y ver como parece que los edificios que le dan paso van a llegar a tocarse en su extremo.
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