No os alarmeis ante el título, que
no se trata de hacer ningún reclamo para que acudamos en comanda a buscar
meretrices, ni nada por el estilo. Pero lo que sí es cierto, es que nos guste o
no, seamos más reprimidos o más liberales, lo cierto es que las mancebías y sus
moradoras llevan poblando Madrid desde que el mundo es mundo, o al menos desde
que el gato es gato.
Vamos a hacer un pequeño recorrido a
los siglos XVII y XVIII en los que la prostitución en Madrid comenzó a tener
una legislación al respecto, y aunque hoy en día nos pueda parecer una locura,
todo estaba más o menos "reglado", o al menos ordenado bajo unas normas que no en todos los casos estaban escritas pero que eran de obligado cumplimiento.
En aquella época existían en Madrid
cuatro tipos de meretrices: en primer lugar estaban la clase más baja, que se
las conocía como cantoneras. Eran chicas que se apostaban en las calles y que
obligatoriamente tenían que cumplir tres requisitos: ser huérfanas o abandonadas
por sus progenitores, haber cumplido los doce años y no poseer oficio alguno
como sustento. Si cumplían estos requisitos debían pasar una inspección médica
para verificar que había sido desvirgada antes de iniciarse en dicha labor y
tras pasar dicho examen médico y el obligatorio intento de sacarle de la cabeza
semejante modo de vida, si la chica continuaba en disposición, se le otorgaba su
licencia para que quedara registrada.
Estaréis pensando que qué estupidez,
que la mayoría no haría nada y ejercería igualmente, pero el caso es que era
beneficioso para ellas, primero pues así se libraban de que las autoridades las
molestaran (al menos sobre el papel, que vaya uno a saber qué ocurría luego en
las calles cuando se encontraban con la autoridad) y lo segundo pues durante la
cuaresma tenían prohibido ejercer su actividad, por lo que el Concejo las daba
pequeñas limosnas para que pudieran mal vivir durante este periodo de tiempo y
no cayeran, ni llevaran a nadie a la tentación. De ahí la expresión andar como puta por cuaresma...
El segundo tipo eran las mantenidas,
que si bien si tenían que cumplir los mismos requisitos que las cantoneras,
perdían el derecho a la limosna del Concejo debido a que tenían un protector
bajo el que trabajaban y que era encargado de su sustento durante la cuaresma.
Vamos un chulo de toda la vida.
El tercer tipo eran las chicas de
mancebía, que normalmente ya habían sido chicas de calle (ya fueran cantoneras
o mantenidas) y que huyendo de las inclemencias del tiempo, ejercían en un
local al que normalmente acudían las capas más altas y adineradas del Madrid de
entonces. Se sabe que grandes reyes, reinas e infantes de nuestra corona han
sido fija clientela de dichos locales, pero no seré yo el que revele sus
nombres, que ya la historia se ha encargado en ir contando sus vicios y
andanzas.
Y por último estaban las tusonas,
que normalmente eran mujeres de familia (con y sin marido) que ejercían dicho
arte en el interior de sus propias casas, normalmente con el fin de mantener a
su familia. Estas no tenían ningún tipo de regulación y existían de todo tipo,
capa social y emolumento, pues su actividad podía ser fija o eventual y al ser
siempre de puertas para dentro y de boca en boca (nunca mejor dicho) era
difícil tenerlas regladas.
Su clientela era normalmente de alta cuna, hasta el punto de que su nombre tusonas provenía de toisonas es decir, las mujeres que se acostaban con los hombres del Toisón y está era una condecoración a disposición de muy poquita gente por lo que se daba a entender que del mismo modo las tusonas eran igualmente exclusivas.
Como podéis ver su actividad estaba
bastante regulada, estaban registradas y las mancebías debían pagar un impuesto
para mantener su negocio abierto. También eran responsables tanto de la
limpieza como de que no se generaran disturbios por el ejercicio de su
profesión y podían ser sancionadas tanto por conflictos con otras trabajadoras
como por disputas con clientes que alteraran el orden público, que ya se sabe
que en este país es mejor ser puta que escandalosa.
Es cierto que existieron leyes en la
primera mitad del siglo XVII que prohibieron su ejercicio, pero era algo tan
complicado de abolir ya, dado el gran número de mujeres que dependían de ello
para subsistir, y que como hemos dicho la corona era una gran defensora de su
labor, que nunca se llegaron a ejercer con mano férrea. Lo máximo que lograban
era cerrar alguna mancebía de vez en cuando para acallar las voces de los diurnos
puritanos, o para conseguir que modificaran su vestuario y que así no fueran
confundidas por el resto de las damas de bien.
Imaginaros el poco caso que se hizo
a aquellas leyes, que según el censo de 1730 en Madrid había autorizados más de
ochenta mancebías en el interior de la Villa y más de 3000 prostitutas regladas.
Un dato nada desdeñable para una población que por aquel no llegaba a los 200.000
habitantes.
Y es que
ya lo decía el dicho, “En Huertas, más putas que puertas”
Grabado en la Casa de los Vatti en Pompeya (Siglo I D.C)
La verdadera lacra es la explotación de estas profesionales por gansters y mafias. Tema fácil de solucionar con una legialación adecuada y realista, a la que se oponen los sotanas de turno.. y el Gobierno ausente.. Nada nuevo.
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