CALLE DE LA CABEZA

La calle de la Cabeza es una pequeña calle paralela a la Calle Magdalena y que no guarda demasiado interés para el paseante.
El único mérito o curiosidad que la mantiene en nuestra memoria, no es otro que la leyenda que le da nombre.
Cuenta la leyenda que en el siglo XVI vivía en esta calle un adinerado clérigo el cual llevaba una vida apartada de la vida popular junto a su sirviente, quién precisamente no guardaba las preocupaciones de espíritu que albergaba el clérigo. Este no podía evitar envidiar las riquezas de su amo, hasta que un día se decidió a terminar con la vida de éste para apoderarse de sus riquezas y permitirse los caprichos, que el clérigo aún poseyendo semejante disponibilidad no se daba.
Una noche, mientras que éste dormía, le cercenó la cabeza de un solo golpe y salió de Madrid a la huida con todo cuanto el clérigo poseía.
Días más tarde encontraron el cadáver del clérigo con su cabeza separada del cuerpo y ni rastro, ni del criado, ni del dinero, ni de las posesiones del capellán.
Años más tarde el criado regresó a Madrid para resolver unos asuntos de su interés. Con sus ropajes de hombre adinerado se sentía completamente a salvo de que lo reconocieran, y por aquello de que la cabra tira al monte, no pudo evitar acudir a pasear por el Rastro como lo había hecho años atrás.
Durante su paseo se le antojó comerse una cabeza de carnero, así que se la compró y marchó de allí con ella envuelta en un saco de tela. La cabeza comenzó a gotear sangre en su caminar, hasta que se cruzó con un alguacil que le dio el alto y extrañado le pidió que le enseñara el interior de la bolsa.
Pero el criado se quedó helado cuando al sacar la cabeza de la bolsa, ésta ya no era la cabeza del carnero, era la de su antiguo amo al cuál había asesinado con sus propias manos años atrás.
El alguacil lo detuvo de inmediato y lo llevó a la cárcel de la Villa que por aquel entonces se encontraba en la calle Platerías.
Tras ser juzgado y condenado a muerte se le ejecutó en la Plaza Mayor, justo momento en el que al exhalar su último suspiro, según la leyenda, la cabeza retorno de nuevo a su primitivo estado de carnero.
Está claro, que esto sólo fue una leyenda pero según parece al Rey Felipe III le pareció tan verídica como para ordenar construir una cabeza de piedra en la casa donde había habitado el clérigo años atrás para recordatorio del peso de la ley, aunque no duró demasiado ya que los vecinos se sentían aterrados por ella y propusieron cambiarla por una capilla en honor a la virgen del Carmen. Como finalmente así ocurrió.

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EL RELOJ DE LA PUERTA DEL SOL. NUESTRO MAYOR REGALO.

Dudo que exista un español que no se haya tomado las uvas, para despedir el año al ritmo marcado por el reloj de la puerta del Sol, pero lo que la mayoría desconoce es que este reloj fue donado por un relojero Español que había emigrado a Inglaterra, Don José Rodriguez Losada. Vamos a hacerle un pequeño homenaje recordando su historia.
Don José Rodríguez Conejero nació el 8 de mayo de 1797 en Iruela, utilizaba el apellido Losada ya que, en aquella época, era habitual utilizar el nombre de la localidad a la que se pertenecía e Iruela pertenecía a Losada.
Llegó a Madrid como militar, tras haber recibido la condecoración de Caballero de la Orden de Carlos III, por su participación en la Guerra de Independencia.
De alma totalmente Liberal, sus constantes conspiraciones contra el gobierno absolutista de Fernando VII, lo obligaron a emigrar a Inglaterra en 1835.
Allí, según algunos historiadores, empezó de cero como mozo de una relojería, otros cuentan que ya conocía el oficio en Madrid y que allí lo perfeccionó y otras, las más fidedignas (puesto que el matrimonio existió), que se casó con le viuda de su jefe,  Ana Sinclair, una escocesa unos diez años mayor, que heredó de su marido su negocio de relojería ya en pleno apogeo. Fuera como fuese, el caso es que José abrió un local a su nombre en el 105 de Regent Street, sitio donde además de iniciar su trabajo como relojero, creando más de 6000 relojes en su carrera, también se iniciaron unas jornadas en su trastienda con otros ilustres emigrantes españoles de la talla de José Zorrilla, Ramón Cabrera o el General Prim
Realizó distintos trabajos para la Armada Española (llegando a ser cronometrista de la Marina), para la Reina Isabel II, el Rey, los infantes y otras muchas celebridades españolas y latinoamericanas.
El caso es que en una de las únicas tres visitas que realizó a España desde su exilio, se encontró las obras de ensanche de la Puerta del Sol y le llegaron las quejas sobre el reloj de la antigua iglesia del Buen Suceso. Éste se había instalado sobre el edificio de Gobernación cuando la iglesia fue derribada durante las obras. Eran constantes las mofas del pueblo sobre los constantes parones y retrasos del reloj, como aquella que comparaba de manera reiterada su caótico funcionamiento con el del gobierno que tenía debajo.
Don José, decidió en aquel viaje que elaboraría un reloj para la Puerta del Sol y tras cuatro años de trabajo el 6 de noviembre de 1866 se instaló el reloj regalado al Ayuntamiento de Madrid para regocijo de los madrileños, que por fin podían tener un reloj en su plaza que les diera la hora con total fiabilidad.
El final de su vida le llega en Londres siendo considerado el mejor relojero de Inglaterra, que por aquél entonces era la Meca de la ingeniería y la mecánica. Incluso hay quienes le atribuyen los trabajos de finalización del Big Ben, los cuales inició su mayor rival y que según se mantenía, sólo él tenía la maestría de terminar un trabajo de semejante magnitud.
Aunque el Ayuntamiento jamás le haya otorgado una calle con su nombre como gratitud al regalo que nos dio, sirva este escrito como nuestro particular homenaje, yo al menos creo que lo tiene de sobra merecido.

Puerta del Sol con el antiguo reloj de la iglesia del Buen Suceso.
(foto de J.Laurent)

 José Rodriguez Losada

Casa de Correos en 1855 con el antiguo reloj y con la torre de telegrafía detrás


MESÓN DE PAREDES

De la Plaza de Tirso de Molina hasta la Ronda de Valencia, desciende una calle estrecha y empinada que recibe el nombre de Mesón de Paredes. Ésta calle es bastante antigua, ya en algunos planos del siglo XVIII venía marcada su ubicación.
Aunque no está del todo claro cuál es la teoría real de a qué debe su nombre, os voy a contar una de ella, que si bien es cierto que no puedo asegurar que sea la real, si es cierto que es al menos la más divertida de todas las que conozco.
La historia viene de cuando en el lugar aún no existía la calle, en ella se habían levantado una serie de pensiones y mesones que atendían al extrarradio de la entonces Villa, pero era una zona de paso o de punto de parada antes de entrar a la villa .
Uno de estos locales era propiedad de un tal José María Perez, manchego para más señas y de su linda esposa, de cuya fidelidad no estaba el marido del todo seguro. El pobre marido, que según citan las malas lenguas, sus motivos tenía, no podía soportar los celos que por su mujer sufría y por eso la espiaba a todas horas aprovechando para fisgarla en cuanto esta entraba en alguna habitación por los huecos y resquicios que entre los muros de su mesón quedaban por la deficiente construcción de la época.
Los vecinos cansados de verle fisgando, lo comenzaron a llamar con el sobrenombre de "El Paredes", y al final se quedó el nombre a la calle por como conocían los lugareños al santo comercio del celoso de José María, “El Mesón de Paredes”
Como decimos esta anécdota aparte de resultar bastante cómica, no está abalada por ningún escrito que nos de la seguridad de ser la real, pero lo que sí que es verídico es que en esta calle, en el número dos para ser más concretos, nació José de Churriguera, una de las representaciones más brillantes del Barroco Español y autor entre otras muchas obras de maravillas como la iglesia de San Cayetano, el retablo mayor de la Iglesia de las calatravas o el Palacio de Goyeneche de Madrid.
Feliz paseo vecinos.

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Corrala de Mesón de Paredes 1935

Placa de La calle Mesón de Paredes nº 2.

Fachada de la Iglesia de San Cayetano obra de José Benito Churriguera.





LA LATINA

¿Quedamos a tomar algo en La Latina?
Cuántas veces hemos escuchado esa pregunta, y sin embargo, ¿Cuantos sabéis quien es La Latina?
Pues bien, La Latina, de nombre Beatriz Galindo y de Salamanca para más señas, fue una mujer de hidalga familia, famosa por su gran inteligencia, su facilidad para el estudio del latín (de ahí su sobrenombre) y de las letras en general, llegó a ser discípula de Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática castellana.
Tal era su destreza, que con tan sólo 16 años ya era considerada una erudita en textos clásicos lo que la llevó en 1486 a ser la camarera personal y maestra de la propia Isabel la Católica (según unos historiadores), e institutriz de sus hijas y consejera personal de la reina (según otros). Sea como fuere, lo que es seguro es que en lo relacionado a cultura su opinión era tenida muy en cuenta por la monarca.
Sobre 1491 casó con el militar madrileño Francisco Ramirez con quien tuvo dos hijos.
Cuando enviudó de él, pasó a vivir al Palacio de Viana (aún en pie en la calle Duque de Rivas). Si bien continuó al servicio de la reina hasta que ésta murió en 1504, a la que según se cuenta, acompañó durante casi un mes de travesía desde Medina del Campo hasta su sepulcro en Granada.
Fue tremendamente crítica con las segundas nupcias de Fernando el Católico, lo cual la distanció de la corona, hasta que Carlos I de España le pidió repetir la labor que había dado a su abuela años atrás.  
Beatriz además de su labor para las letras, también mandó construir una escuela para niños pobres y un hospital de caridad, muy cerca del teatro que hoy en día lleva su nombre y que da nombre a la zona donde se mantiene su nombre más vivo que nunca. 
Fue su inteligencia y su generosidad para los necesitados, la que le hizo ganarse un rincón en el corazoncito de los madrileños cuando murió el 23 de Noviembre de 1534. Años después se exhumo su cuerpo y se descubrió que este continuaba incorrupto, del mismo modo que su nombre continúa más vivo que nunca entre los madrileños.  Bueno… aunque mucho no sepan, quién es La Latina en la que quedan para sus correrías.

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 Hospital de la Latina.

Portada del Hospital de La Latina hacía 1910

Escalera de la Latina (Foto: J. Laurent, 1890)

Portada del Hospital de la Latina, demolido en 1904, posteriormente se reprodujo sobre un murete de ladrillo en la Escuela Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid.

MADAME CURIE EN MADRID

Aunque no es evento demasiado conocido, la ciudad de Madrid contó hasta en tres ocasiones con la visita de la única mujer galardonada con el Nobel de Física y Química. La polaca Marie Curie que junto a los estudios de su marido, fueron los grandes impulsores y descubridores de la radioactividad tal y como la conocemos hoy en día.
La primera visita de Marie Curie a nuestra ciudad fue en abril de 1919, cuando participó en Madrid en el I Congreso Nacional de Medicina. El evento se celebró en el Teatro Real y lo presidió el mismísimo rey Alfonso XIII. La científica durante su ponencia agradeció el apoyo que los españoles habían prestado a los prisioneros franceses durante la Primera Guerra Mundial. Días más tarde impartió una conferencia en el anfiteatro de la antigua Facultad de Medicina, que hoy es sede del Colegio Oficial de Médicos de Madrid.
Unos años más tarde en 1931  regresó invitada por la República, que gracias a la intervención de  Enrique Moles,  uno de los mejores químicos españoles de la época. La científica de origen polaco ofreció charlas en la Facultad de Ciencias sobre el origen de sus descubrimientos radioactivos y otra conferencia en la Residencia de Estudiantes en colaboración del físico Blas Cabrera quien le mostró los recientemente inaugurados laboratorios de sus instalaciones.
Por último, en mayo de 1933  nos volvió a visitar para presidir una reunión internacional en la Residencia de Estudiantes del Amo, reunión a la que acudieron celebridades de universidades como Harvard y Cambridge y ante los que se celebraron ponencias de la propia física y de eminencias españolas como Gregorio Marañón y Miguel de Unamuno.

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Celedonio Calatayud entrega a Madame Curie el titulo de presidenta honorifica de la Sociedad Española de Electrología y Radiología Médicas (1919)

Madame Curie con Blas Herrera en su visita de 1931

NOS VAMOS A LAS CARRERAS.

El cuatro de mayo de 1941 se inauguraba en Madrid el hipódromo de la zarzuela, pero lo que muchos madrileños desconocen, es que anteriormente existió otro hipódromo en Madrid y éste estaba, ni más, ni menos, que en el paseo de la Castellana.
Este hipódromo de la Castellana estuvo activo desde el 31 de enero de 1878 hasta 1933, fecha en que cerró sus puertas y comenzó su demolición para la ampliación del ensanche de la Castellana, el cual, a pesar de que tenía unas gradas desmontables, entorpecía enormemente el desarrollo de la arteria madrileña al toparse directamente contra el hipódromo. Su ubicación exacta es donde actualmente se encuentran los Nuevos Ministerios, los cuales se edificaron en la superficie que dejó el antiguo hipódromo.
Aquél era el lugar más deseado para lucir palmito entre la aristocracia y la burguesía Madrileña, por lo que no era raro ver entre sus visitantes a lo más laureado de la corte y de la realeza, quienes en su mayoría, acudían más por la pomposidad de los eventos, que por un interés real en las carreras de caballos a la que la mayoría ni siquiera seguían.


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Hipódromo de la Castellana con lo más granado del Madrid de la época

Hipódromo de las Castellana, al fondo puede verse el Palacio Nacional de las Artes (1905)

Vista aérea del Hipódromo (1930).

 Palco de autoridades del Hipódromo.

La Infanta María Teresa de Borbón de visita al hipódromo (1910)

Vista aérea de Madrid, en la mitad, más o menos, se ve como el Paseo de la Castellana detiene su ascenso ante la presencia del hipódromo.

Cualquier idea es buena para ver al caballo ganador, aunque las señoras parecen tener un interés distinto al de los caballeros. 

 Fotografías del archivo de ABC.


UN ESPEJO QUE NO REFLEJA.

Al lado de la Plaza de Isabel II, Opera para la mayoría, se levanta una de las calles más tranquilas del centro de Madrid, en ella existen tres detalles que nos llevan a otra época de nuestra ciudad y que nos hacen conservar parte de nuestro legado con un sosiego impropio de un lugar tan concurrido.
El primero de ellos, no es otra que una placa que nos retrotrae al Madrid de 1777 cuando en el número uno de la misma, vivía a los treinta años, un ya adulto Goya. Pasear por estas calles y pensar en Don Francisco recorriendo su serpenteante sendero camino del palacio Real se hace mucho más actual, bajo el clima de tranquilidad y encanto que aún conserva esta calle.
El segundo de ellos, es una fuente de piedra que a mitad de camino se mantiene resistente al paso del tiempo, se encuentra casi por sorpresa en tu paseo. La fuente aparece allí en un recodo como si fuera un mero elemento ornamental, pero que aportan al viandante y al vecino un momento de calma y refresco en su continuo caminar in rumbo.
El tercero, es un trozo de unos dos metros y medio, de la antigua muralla de Madrid, que continúa levantada en este punto a la altura del número catorce de la calle.
Pero si hay una anécdota que esta calle mantiene actual en nuestros días, no es otro que el de su nombre.
Lo curioso de su nombre y de la placa de azulejos que en ella se muestra, no es otro que el dato de que en verdad es un error de traducción.
La calle debe su nombre a una torre de vigilancia que existía en este punto, en la época en que los árabes ocupaban Magerit. Estas torres de vigilancia tenían el nombre de speculas. Más tarde cuando ya sus días en la capital pasaron a mejor vida, se tradujo el nombre por speculo, que en latín significa mirador o espejo, de ahí que se haya mantenido incorrectamente el nombre de espejo para la calle, cuando no es para nada el reflejo de su verdadero significado. Quién sabe si nos estaríamos hablando de la calle de la Atalaya o de la calle del Torreón si este error de traducción, no se hubiera mantenido en todos nuestros callejeros. 
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Fotos propias