Os imagináis lo que era en aquella época una enfermedad así, hoy lo vemos con la suficiencia de los avances médicos de hoy en día, pero en aquella época debió ser terrible.
Pero bueno, vamos a ponernos un poco en contexto. Pues realmente el profesor Balmis no es que inventara el fin contra la Viruela, no, este mérito se lo debemos a un médico inglés llamado Edward Jenner, quién descubrió que aquellas personas que trabajaban con vacas, tenían un porcentaje de infección mucho menor que el resto de población. El bueno de Edward, que de tonto no tenía un pelo, se dijo "Aquí hay tomate" y ni corto ni perezoso, se puso a investigar cuál podía ser el motivo, hasta que descubrió que las vacas también sufrían una especie de viruela, mucho más débil que la que atacaba a los humanos, y que aquellos niños que se habían infectado de aquella viruela vacuna (coño, no jodas que de ahí viene el nombre de las vacunas) eran inmunes a la infección de la viruela humana.
Todo un avispado el profesor Jenner. Pero entonces… un momento… si Jenner descubrió la vacuna de la viruela ¿qué le debemos al profesor Balmis?
Pues vamos a ello. El profesor Balmis era médico de la corte de Carlos IV. Éste, que quizá no sea el rey más listo de nuestra historia, sí es cierto que tenía un gran interés por la ciencia y no le temblaba el pulso a la hora de soltar los dineros para aquellas ideas que creía podían ser un avance en la época. Esto, unido a que su tío Luis I de España , una de sus hijas, y más de la mitad de sus territorios al otro lado del Atlántico ya habían sufrido la terrible enfermedad, sirvió de acicate para invertir lo que hiciera falta en el proyecto que Balmis había ideado. Esto puede parecer una tontería, pero tú pregúntale a un científico, aún en nuestros días, qué es capaz de hacer sin inversión, verás hasta donde se escucha la carcajada.
Bueno a lo que íbamos, Carlos IV le compra la idea a Balmis para intentar hacer llegar la vacuna al otro lado del mundo y que todo el nuevo mundo descubierto por Colón no termine siendo el solar más grande del planeta.
La idea no es que se catalogara como loca, que lo era; o que fuera extraña, como pocas; es que rayaba, por ser livianos, los límites de la moralidad. ¿Por qué? Pues veréis, la vacuna de la viruela tenía dos particularidades, la primera era que sólo funcionaba en alguien que estuviera sano, y la segunda, que aún no se sabía como poder mantenerla fuera de un cuerpo infectado, es decir, que en aquel entonces no se sabía como coger el virus de la viruela vacuna, meterlo en un frasco, y mantenerlo vivo hasta llegar al otro lado del océano, viaje que por otra parte no tenía como principal problema el jet lag.
El problema era de aúpa, pues las vacas no aguantaban un viaje en barco como aquél y en un ser humano, el virus de la vacuna apenas duraba 10 días. Por lo que ¿cómo se podía conseguir hacer durar el virus para que llegara a la otra parte del mundo? Pues sólo había una solución, hacer una cadena humana e ir pasando el virus de humano a humano, hasta terminar el viaje, pero esto tenía complicaciones con la primera de las peculiaridades que os había contado ¿cómo asegurarte de que todos los futuras "neveras" del virus estuvieran sanas? Sí, efectivamente, no quedaba otra, que el que todos los huéspedes fueran niños sanos.
Así que Balmis cogió un barco, mete en él veinte niños sanos, y junto con Isabel Zendal, enfermera del orfanato en el que se reclutaron los niños, se echa a la mar con los cálculos perfectamente hechos para llegar hasta Canarias, donde lo reciben con los brazos abiertos por salvar las islas. De allí, con idéntico plan, sale hasta las Américas, donde tras su llegada se consigue controlar la epidemia de manera vertiginosa. Tras América, da el salto a Filipinas, y de Filipinas, pone rumbo a la China, con esta alocada historia que aunque para la mayoría haya sido totalmente desconocida hasta hoy, no sólo salvó la vida de millones de personas, sino que fue la primera expedición de ayuda humanitaria de la historia de la humanidad.
Tres años después en 1806, y tras haber salvado el mundo, Balmis llega a Madrid, donde nadie le rinde el tributo que merece y se pierde en el olvido su grandiosa hazaña, falleciendo el Madrid el 12 de febrero de 1812, con muchísima más pena, que gloria.
Por ello, no me negaréis que el bueno de Balmis no merece ser mucho más conocido y reconocido de lo que lo es en nuestros días. Un fuerte aplauso para él y todos los médicos y científicos que se han dejado la vida por mejorar las nuestras.
Balmis y Jenner. Dos nombres que espero nunca vuelvan a borrarse de tu memoria.