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LA PLAZA DE CALLAO

Preguntando desde cualquier punto de nuestro Madrid, es casi imposible encontrar alguien que no te indique donde se encuentra o como llegar a la Plaza de Callao, sin embargo es bastante más complicado encontrar alguien que sepa a qué o quién se refiere el nombre de la plaza.
La Plaza rinde homenaje a uno de esos momentos que particularmente me gustaría que no hubieran existido, y es que, aunque transitemos casi a diario por ella, muchos no saben que el Callao fue una batalla que libró la Armada Española contra las tropas de la República del Perú, que en dicho emplazamiento se atrincheraban tras sus defensas.
El Callao era una pequeña ciudad costera a unos quince kilómetros de Lima, que estaba franqueada por dos Torres que la defendían férreamente de sus enemigos. La Armada Española pasó por allí tras los bombardeos de Valparaíso, y dado que recibió fuertes críticas por ellos, al por tratarse de una ciudad totalmente indefensa, decidió asaltar las Torres del Callao como señal de fuerza y contundencia.
El resultado según los historiadores Peruanos, es que las dos torres mantuvieron su capacidad defensiva y que la Armada se retiró por sus ya mermadas existencias de armamento, mientras que los historiadores españoles indicaron que casi con una precisión quirúrgica, la escuadra abandono el lugar sin daños prácticamente en sus tropas y tras haber logrado el objetivo de la campaña. 
De una u otra manera, la historia tampoco es tan honrosa, como para que una de nuestras plazas más transitadas rememore el momento en la historia; claro que a ver quién es el guapo que ahora le cambia el nombre a una plaza tan arraigada en nuestro día a día.


Quedándonos con lo que la plaza nos dedica, esta plaza de construyo entre 1910 y 1940 aunque su espacio ya existía dentro de lo que era el área de San Martín. En ella destacan los siguientes edificios:

El edificio Adriática, planificado por Luis Sainz de los Terreros en 1926.



El antiguo edifico de Galerías preciados, que desde mediados de los noventa está ocupado por su gran rival El Corte Inglés. Este edificio en su día fue el Hotel Florida, construido por Antonio Palacios en 1925.


El edificio FNAC. Fue la primera sede de Galerías Preciados. Es el edificio más moderno de la plaza ya que se construyó tras la guerra por el arquitecto Luis Gutiérrez Soto.


El cine Callao construido en 1926 también por el arquitecto Luis Gutiérrez Soto. Arquitectónicamente es el edifico menos llamativo de la plaza, aunque su importancia en el corazón de los madrileños le otorga la importancia que el edificio mantiene, Quizá sean demasiados años subiendo por Preciados con el cine de fondo.


El Palacio de la Prensa. Creado por Pedro Muguruza en 1925, su obra duró cuatro años y recibe su nombre, ya que en él se estableció la Asociación de Prensa. Durante un tiempo fue el rascacielos de Madrid, teniendo el privilegio de ser el punto en el que Madrid estaba más cerca del cielo.


Y por último y no por ello menos importante, el edificio Carrión, del que ya hablamos en esta otra entrada que os enlazo, y que fue el primer edifico con aire acondicionado de todo Madrid.


Siéntete libre para comentar, compartir e indicar tu parecer.


Vías monárquicas

Somos muchos, los que a menudo estamos buscando el significado o la historia de esta calle, o absorbiendo las muchas leyendas que las calles de Madrid nos guardan, y como uno es curioso por naturaleza, y para qué vamos a negarlo, un poco friki de todo lo que tenga que ver con Madrid, se me ocurrió un buen día verificar si todos los reyes de nuestra monarquía, estaban representados en alguna vía de la capital. Y como la curiosidad mató al gato, pues me puse manos a la obra a buscar calle a calle y monarquía a monarquía...
En primer lugar, como es lógico, tuve que comenzar la lista eliminando a Felipe VI y a Juan Carlos I puesto que al estar vivos, no competían en igualdad de oportunidades, ya que en Madrid los nombres de las calles están vetados para aquellas personas que aún están vivas, por lo que para el siguiente de la lista tenía que saltar hasta antes de la dictadura, con Alfonso XIII y Alfonso XII, quienes tienen una calle y una Avenida tan conocidas, que cualquiera los eliminaría de la lista de manera inmediata. Sin olvidarme del rey macarroni, Amadeo de Saboya a quien mantenemos su calle en el barrio de Moratalaz, me tocó dar el salto a Isabel II que aunque todos conocemos su plaza, como la Plaza de Ópera, no es menos cierto que su verdadero nombre es la Plaza de Isabel II.
Ya con su padre, a uno le surgen más dudas, y es que llegamos a un periodo de la historia donde por méritos propios se ganaron el que no quedara mención alguna de su pasado, pero lejos de lo que uno pensaría, Fernandito no sólo tiene una vía que lo recuerdan, sino que tiene dos. Por una parte está la Calle de Fernando VII que se encuentra por Arcentales, y pese a lo que a muchos pueda sorprender, también se encuentra la Plaza del Rey, que si bien es cierto que se le ha intentado quitar su mención al peor rey de nuestra historia, hasta el punto de poner el rostro de Felipe II al azulejo que indica el nombre de la plaza, como podeis ver en la fotografía de este artículo, lo verdaderamente cierto es que el nombre de la Plaza del Rey se creó en su origen para homenajear al hijo de Carlos IV.
Y damos el salto a Carlos IV y su padre Carlos III cuyas calles se encuentran en Arcentales para el primero y partiendo desde la plaza de Oriente para el segundo. Para seguir cronológicamente, Fernando VI tiene su famosa calle al lado de Alonso Martínez, y su predecesor Felipe V da nombre a la suya partiendo también desde la plaza de Oriente, que junto con la citada de Carlos III envuelven el maravilloso Teatro Real.
Llegamos a otro rey, por el que yo apostaba para que no tuviera calle, y es que lo más lógico era pensar que un rey como Luis I, que no llego a gobernar ni un año completo, era posible que no mereciera calle en la capital, pero lo cierto es que sí, que en el barrio de Vallecas tiene una calle que le nombra.
Carlos II, no sólo tiene calle, sino que también tiene travesía y aunque ambas están pegaditas entre San Blas y Las Rosas, a mi me parecen muchas calles para este rey.
Avanzamos hasta los tres Felipes, II, III y IV, con una Avenida para el primero por Goya, y dos calles para los predecesores: Al lado de la Plaza Mayor para el primero, y entre Neptuno y el Retiro para el segundo.
Y ahora llegamos a un caso que para mí, es cómico donde los haya, pues llegamos a Carlos I de España, y por ese carácter que tenemos los españoles, que a veces no hay por donde cogernos, pues no tenemos ninguna calle con este nombre, pero como somos más chulos que un ocho, pues en vez de Carlos I de España, le damos el nombre de Emperador Carlos V a la Glorieta de Atocha, y ¿para qué vamos a honrar a uno de nuestros más importantes monarcas con su título nacional, si le podemos recordar con su título germano? ¡¡¡Qué hu... tenemos!!!! pero bueno corramos un tupido velo.
Ya se nos va acabando la lista y llegamos al primero de los Austrias, Felipe I de Castilla, que con con su apodo Felipe "El hermoso" tiene su calle en el barrio de Chamberí para honrar el reinado más corto de nuestra historia. Y por lógica seguimos con su mujer, Juana "la loca", pero que para su calle, que se encuentra cerca de Josefa Valcarcel, al menos le hemos dejado su nombre con todos los honores Doña Juana I de Castilla.
Ya llegamos al final de la lista con los Reyes Católicos, que no sólo tienen su avenida como pareja, llegando a la Plaza de Cristo Rey, sino que él conserva su calle a título propio en Moncloa y ella la suya, que va de la Plaza de Santo Domingo a la Gran Vía.
Como ya os voy conociendo, y sé que no se os escapa ni media, ya imagino que os habréis dado cuenta, que deliberadamente me he saltado uno de nuestro reyes, que no es otro que José Bonaparte o Pepe botella como es más conocido. Y que pensáis, ¿tendrán también su vía en la capital?
Pues bien, sí y no. Es cierto que no existe, o al menos yo no he encontrado una calle, avenida o plaza en todo Madrid que esté dedicada a José Bonaparte, que si bien es cierto que fue un rey impuesto a la fuerza, también lo es, que su labor como rey merecería tal honor, mucho más que la mayoría de sus compañeros de lista, pero como somos como somos, y no es plan de empezar a cambiar a estas alturas, pues no, no he encontrado ninguna placa con el nombre del cultísimo de Pepe. Pero como a uno le gusta comprobar las cosas en más de una ocasión, cuando ya estaba a punto de darme por vencido, recordé que existe un tunel subterráneo, hoy cerrado al público aunque sé que existe algún proyecto para abrirlo, que comunica el Palacio Real con el Paseo de Virgen del Puerto y que recibe el nombre de Tunel de Bonaparte, por lo que si a dicho túnel lo consideramos una vía, aunque esté cerrado y sea subterráneo tampoco es tanta locura, conseguimos cerrar el círculo y podemos decir que todos los reyes de nuestra historia, al menos desde que España se considera como tal, tienen su representación en alguna vía de nuestra capital.

Espero no haberos aburrido demasiado con tanto viaje por el callejero y que al menos os haya descubierto algún secreto sobre las calles de Madrid, en esta alocada lista de calles y reyes. No sé me apetecía haceros algo original 

Azulejo de la Plaza del Rey (Foto propia)

PLAZA DEL CONDE DE MIRANDA.

Esta plaza toma el título del Conde de Miranda ya que en ella se encontraba el Palacio de Cárdenas que era propiedad de dicho noble y la cual se conocía en la Villa como la Casa de los Salvajes, por las dos impresionantes figuras de piedra que enlucían su entrada.
Hoy por desgracia dicha casa ya no podemos disfrutarla ya que desapareció durante el siglo XX, pero hay una leyenda muy pintoresca que está relacionada con este lugar y la cual sí que ha llegado a nuestros días.
Cuanta la leyenda que por la zona solía vender biblias una señora, la cual se hizo muy popular en la villa ya que corría el rumor por la comarca que quien compraba sus biblias poseería el don de ser dichoso para el resto de sus días.
Obviamente una superstición como esta provocó que rápidamente el precio de las Biblias de la señora se pusiera por las nubes, y como contrapartida, como pasa en este país siempre que a alguien le marcha bien, también sale alguien dispuesto a tirar por tierra la raíz de sus bienes, por lo que no tardó tampoco mucho en llegar el rumor de que aquella señora era una bruja y sus biblias realmente estaban malditas. Hubo quien más allá aún comenzó a hacer la bola cada vez más grande indicando que las biblias estaban forradas con la piel de los niños muertos que la propia señora se encargaba de arrancar de los cadáveres en el cementerio.
Aquello ya fuera cierto o no, resultaba escandaloso y obviamente provocó que la Santa Inquisición, que tenía de Santa lo que yo de holandés, acudiera a la citada plaza para apresar a la vendedora.
No sabemos muy bien qué ocurrió en el juicio, ni si las biblias estaban malditas o eran maravillosas, pero lo que sí está claro es que no se volvió a saber nada, ni de la señora, ni de sus biblias, por lo que esperamos que no llegara a sufrir demasiado en manos de aquella inquisición con tan mal juicio como peor benevolencia.  


Plaza del Conde de Miranda (Fuente es.hoteles)

TORRECILLA DEL LEAL

Según nos cuenta Pedro de Repide, la calle Torrecilla del Leal, debe su nombre a una curiosa leyenda del siglo XIV durante la primera Guerra Civil Castellana.
Madrid era fiel a Pedro I de Castilla, frente a los intentos de arrebatarle la ciudad de su hermano por parte de padre, Enrique de Trastámara, al que más tarde se le conocería como Enrique II de Castilla.
Las más importantes familias madrileñas se repartieron la defensa de las puertas de la ciudad, hasta que los madrileños con su sudor, y con demasiada de su sangre, consiguieron hacer cejar al bastardo hermano de su asedio.
Al parecer antes de iniciar su retirada, las tropas de Enrique decidieron hacer noche en una pequeña hacienda que se situaba extramuros de la ciudad y la cual estaba coronada por una pequeña torre. El dueño de la hacienda se negó a que aquellos traidores se alojaran en su hacienda por lo que la defendió con toda la gallardía y arrojo que tenía.
Por desgracia para él, las tropas de Enrique, que tras la derrota no estaban para que les tocaran las palmas, le ahorcaron en su torre, por lo que desde aquel momento y hasta nuestro días, los madrileños decidieron recordar su valentía llamando a su torre como la Torrecilla del Leal, y de ahí el valeroso nombre de la calle a la que hoy rendimos homenaje.



Fotografía antigua: Oronoz, año desconocido.
Fotografía moderna: Sergio Moreno 2016.

CALLE DE LAS BOTONERAS

Esta pequeña callecilla de tránsito peatonal, debe su nombre como muchas de las calle adyacentes a la Plaza Mayor, al gremio de trabajadoras que allí se establecía.
Las botoneras tenían una fama bastante contradictoria dentro de la villa, pues si bien es cierto que el propio gremio las exigía ser decentes, honradas y reputadas, debido a la tipología de clientela que acudía a realizar sus botonaduras, que en lo general eran nobles, pajes o militares y a la tipología de materiales nobles que se utilizaban, que obviamente nadie quería dejar en manos de mujeres de poco prestigio y reputación, bien es cierto que también tenían fama de todo lo contrario; numerosos rumores de lenguas vivaraces y escotes provocativos, las hicieron ganarse una fama de díscolas y libertinas, que vaya uno a saber a día de hoy, si se trataban de verdaderos hechos o  de simples habladurías de las muchas y habituales que corrían por la villa y corte.
Lo que sí que parece que fue real, es un incidente que las llevó a tener que ejercer su empleo en la clandestinidad más absoluta.
Este no es otro que el famoso incidente que se montó en la Plaza Mayor, cuando el rey Felipe IV salió al balcón de la mano de su segunda esposa Isabel de Borbón. Al tiempo en otro balcón se asomaba Doña María Inés Calderón, conocida por todos como “La Calderona” o la “Marizápalos”, una famosa actriz, amante ya de largo del rey y a la que la propia reina, movida por los celos, dimes y diretes, había prohibido a su marido que se presentara en su presencia.
La reina, que como la inmensa mayoría de la reinas, vaya uno a saber por qué, llevaba mal lo de la cornamenta decide averiguar quién ha ayudado a la infiel amante a acceder a un balcón en la Plaza Mayor, privilegio que como podéis imaginar no estaba a la altura de cualquiera, y no se le ocurre otra idea que pensar que si alguien sabe algo, deben de ser las botoneras, pues en su presencia era complicado que no se hubiera comentado algún hilo del que poder tirar para averiguar qué ha ocurrido.
La reina no solo consigue su hilo, sino que le dan la madeja entera con pelos y señales, y se entera que ha sido su marido el que incapaz de imponer a su amante los deseos de su mujer, de manera soterrada ha intercedido para proporcionarle ese balcón como si la actriz lo hubiera conseguido por sus medios.
El chocho que le monta la reina es de “aquí no te menees” y el rey cabreado más con las chivatas, que con cualquiera otro de los intervinientes, decide retirar las licencias de trabajo a todas ellas, relegándolas a ejercer el oficio de su gremio en la más absoluta de las clandestinidades, para no morirse de hambre por los malos destinos de una lengua desmedida.
Finalmente, el tema no pasó a mayores y una vez se hubieron enfriado los ánimos, la propia reina intercedió por ellas para que les fuera concedido de nuevo el permiso, pero supongo que para las botoneras sería un ejemplo que tardarían mucho, mucho en olvidar.

Hoy en día este gremio está relegado prácticamente al recuerdo, en un Madrid en el que es casi imposible encontrar a sus descendientes las mercerías, como para poder encontrar alguna botonera artesanal.



CALLE DEL SOMBRERETE.

Si Madrid tiene mucho de algo, es sin duda de nombres curiosos de calles, los cuales muchas veces por llevar toda la vida con nosotros, su origen parece haberse quedado perdido en el tiempo.
Este es sin duda el caso de la calle del Sombrerete cuyo verdadero nombre fue calle del Sombrerete del ahorcado.
Al parecer, el origen del nombre de esta calle proviene de un incidente ocurrido durante el reinado de Felipe II, al caer el Rey de Portugal Sebastián I derrotado en la batalla de Alcazaquivir.
Ante la desaparición del monarca, un fraile de origen Portugués, que había sido desterrado y ejercía de vicario en el pueblo de Madrigal de las Altas Torres de Ávila, y que respondía al nombre de Fray Miguel de los Santos, decidió convencer a la prima de Felipe II, Doña Ana María de Austria y a un tal Gabriel de Espinosa, quien era más conocido como el panadero de Madrigal, para montar una farsa, y que este último reemplazara al rey luso en presencia del rey español. Con esto intentaban que Felipe no se enterara de la caída del monarca Portugues, cosa que todos sospechaban que si ocurría terminaría con el reino de Portugal anexionado junto al resto de sus reinos.
Como supongo que sospecharéis la trama no surtió el efecto deseado y los tres timadores terminaron de no muy buena manera.
La prima del Rey (por aquello de que la sangre siempre pesa más) fue recluida en un convento, cosa que tampoco le fue del todo mal, ya que terminaría por ascender hasta abadesa de las Huelgas Reales en Burgos. Cosa que, aunque así a priori, no parezca el trabajo de tu vida, si se compara con el final de sus compañeros resulta toda una bicoca.
El bueno del panadero de Madrigal fue ahorcado y después descuartizado esparciendo sus restos por todas las puertas de la muralla, que no digo yo que como escarnio no funcione, pero que así visto con el paso del tiempo resulta bastante desproporcionadillo. 
Y por último el fraile, a quien el 19 de octubre de 1595, tras convertirle en un civil cualquiera despojándole de cualquier beneficio eclesiástico, se le ahorcó, decapitó y para escarnio público, se paseó su cabeza por lo que entonces era toda la ciudad (que ya me diréis qué más le daría al fraile lo que hicieran con la cabeza una vez ahorcado, pero bueno). Posteriormente se colocó su sombrero sobre una pica en un estercolero que se encontraba en lo que actualmente es la corrala de la citada calle y dado que nadie lo terminó por quitar, tanto tiempo estuvo con su sombrerete allí plantado, que terminó por darle nombre a la calle como calle la del Sombrerete del ahorcado.
Seguro que la próxima vez que paséis por la corrala os costará no imaginar la escena del sombrerete allí plantado, tal y como se describe en la placa que representa su nombre. 
Por último, como curiosidad de dicha placa veréis que en ella, tras el sombrero sobre el poste, se ve un horizonte de unos edificios, pues bien, dicha silueta no corresponde a Madrid como mucha gente presupone, sino a Madrigal de las Altas Torres, lugar de partida de nuestros protagonistas y donde se urdió aquel funesto plan.

Imagen de la calle Sombrerete con su famosa corrala de fondo. 

CALLE DE LA BOLA

A cualquier madrileño que le digas que si vamos a la calle de la Bola le producirá el efecto de comenzar a salivar de manera automática y es que no en vano en el número 5 de esta calle, se viene cocinando desde 1870 uno de los cocidos de más solera y prestigio de Madrid, no os diré que es mi preferido (para gustos los colores), pero desde luego nunca es una mala opción en los días en los que comienza a acuciar el frío. La taberna de la Bola siempre debe estar en nuestra agenda.
Pero bueno una vez que ya os he despertado el monillo de tomar un buen cocido, vamos a pasear por esta calle. Don Pedro de Répide nos cuenta que antiguamente esta calle se llamaba de la Encarnación, por el convento situado en la misma, y que más tarde también se la conoció como calle del General Malcampo, pero su actual nombre, y por el que más se la ha conocido proviene de que en la esquina de la calle, existía un abola de piedra para salvaguardar la esquina del paso de los carruajes. También existe la leyenda de que en esta calle existía una pista de bolos la cual como reclamo tenía colgada una impresionante bola colgada, y que en día de fuerte huracán la bola salió disparada y fue a parar contra una de las ventanas del Alcázar. Esta historia aunque graciosa es bastante poco creíble, no por la distancia que tampoco es tanta, ni por la presencia de huracanes en Madrid, cosa que aunque ahora nos parezca de locos, sí que hay escritos que mantienen su existencia, sino por el que ya nos vamos conociendo e historias de este tipo sobre Madrid, las hay de todos los colores, y aunque me encanten y nunca me resista a comentarlas, siempre hay que darles el valor que tienen.
Como curiosidad en esta calle se imprimieron los facsímiles con los que se proclamó la huelga revolucionaria de Agosto de 1917.
Pues nada señores, ya hemos conocido algo más sobre esta calle, ¿Comenzamos la ruta del cocido de este año? Empiecen por donde gusten pero no dejen de hacerlo nunca.


LA PINGARRONA

Como muchos ya conocéis de vez en cuando me gusta hablaros del origen de algún nombre de calle o de algún personaje no demasiado conocido, pero que haya conseguido dejar su impronta en el pasar de los tiempos, pues bien hoy vamos a mezclar un poco de cada, hoy vamos a hablar de la Calle de Soler y González, que se refiere a José Soler y Francisco González quienes al parecer eran en la época en que se puso este nombre, los dueños de todas las edificaciones que componían la calle. Pero por desgracia este hecho no es demasiado risueño como para merecer vuestro rato de lectura, por lo que vamos a irnos a su anterior nombre que tienen mucho más peso y enjundia.
Esta calle anteriormente se llamaba la calle de la Pingarrona, y es aquí donde entra nuestra estrella del día toma protagonismo.
La tal Pingarrona que respondía desde su nacimiento al nombre de Juana, era una mujer grande, deslenguada, chabacana,barriobajera y muy fornida, la cual fumaba como un carretero y que según decían, no tenía el más mínimo problema en ajustar sus cuitas a tortazos con quien fuera menester, ya se tratara de hombre, mujer o alguacil.  
Al parecer, poseía un ventorrillo por aquellos lares, el cual según quien lo cuente era un lugar de parada, fonda y descanso o bien un burdel que regentaba la gran Juana con celo y a cara de perro.
Fuera cual fuese el motivo por el que su casa le permitiera el sustento, la Pingarrona era muy conocida tanto por su dureza en el sustento de su negocio como por su afable labor de ayuda a sus vecinos, así como por la  devoción por cualquier festejo que se diera en la villa. Sobre todo era muy dada al baile, lo cual extrañaba enormemente a los participantes que se sorprendían al ver moverse con tanto desparpajo a una mujer de semejante tamaño. Tal era su intervención que también se la conocía como Juana la Maya, por su participación en las fiestas de la Cruz de Mayo y era raro que hubiera un baile que al primer acorde no se enluciera de su figura y contoneo.
El nombre de la Pingarrona no está del todo claro de donde proviene, ya que según unas versiones tiene como origen en un impresionante baile que protagonizó por los festejos de la Primavera, y por otra, que es para mí la versión más plausible, proviene de que en su ventorrillo se alojaba un miembro de la familia getafense Pingarrón, con el que al parecer tuvo algo más que palabras y manotazos, ya me vais entendiendo…
El caso es que, aunque su recuerdo está un tanto enturbiado por diferentes versiones y leyendas estaréis conmigo que fuera como fuese era una mujer de armas tomar. Por último esta calle sería hoy en día lo que conocemos por la calle Juanelo (que debe su nombre al arquitecto Juanelo Turriano) y a la calle de la Cabeza de la que ya os hablé tiempo atrás y que por si alguno quiere refrescar la memoria aquí le dejo su enlace.

Imagen fuente de Lavapies.com

CALLE MIRA EL RIO (Alta y baja)

Según nos contó Antonio Capmany y posteriormente Pedro de Répide, el nombre de estas calles proviene de un gran diluvio que ocurrió en Madrid desde el 29 de Octubre de 1439 hasta el 20 de enero de 1440.
Según nos cuentan, estuvo lloviendo y nevando ininterrumpidamente durante esos casi tres meses lo que originó que el río Manzanares se desbordara y los vecinos de la zona se subían a unas peñas que estaban en el lugar de estas calles, para poder ver la crecida y que al ver semejante crecida, exclamaran ¡MIRA EL RÍO! ¡MIRA EL RÍO! Y de ahí se quedó el curioso nombre de estas dos calles del barrio de Arganzuela.
Pidiendo perdón por adelantado, a estos dos geniales contadores de la madroñosfera, lo cierto, es que la leyenda además de sonar algo inverosímil parece tener algún error.
Dejando de lado el que el río Manzanares fuera capaz de crecer tanto como para llegar a la zona en la que se encuentran estas dos calles, que lo desconozco, pero todo apunta a ser mucha crecida para tanto desnivel; por lo que he podido indagar, ese diluvio de tres meses ocurrió, pero todos los datos parecen indicar que no fue en 1439 sino cuatro años antes, en 1435, por lo que es posible que ese dato se tratara de una error o simplemente de una errata tipográfica que ha venido repitiéndose en el tiempo
Respecto a la fecha en la que terminó el diluvio, también he encontrado varias discrepancias, unos dicen que fue el día 7 de enero, otros que el 20 de enero, e incluso he encontrado algunos que lo alargan hasta el 29 de enero (supongo que más por redondear los tres meses exactos que se citan en algunos documentos, que por poseer la fecha exacta), pero el caso, es que todo apunta a que aquél diluvio fue en 1435 y no en 1439 como figuran en las crónicas de estos dos genios a los que tanto debemos.
Fuera o no cierta la leyenda, y estuviera el dato del diluvio correcto o no, el caso es, que es la única explicación que ha llegado hasta nuestros días, por lo que sea o no precisa, la adoptaremos como nuestra, que también de leyendas vive el hombre. Espero que al menos os haya resultado curioso su recuerdo. Ya sabéis hubo un Madrid en el que llovía. ¡¡¡¡Increíble!!!!  

Si quieres ver todas las cosas que os cuento con su ubicación en un mapa accede a este enlace



CALLE DEL LAZO.

Esta pequeña callecilla situada cerca de la plaza de Isabel II, entre las calles del Espejo (de la que ya hablamos en otro post) y la calle de la Unión, tiene bastante poco encanto para el paseante, debido a lo corta que es y a lo austero de su recorrido. Sin embargo, son dos las leyendas que nos traen el significado de su nombre y por ello vamos a repasarlas. No sabemos muy bien cuál es la correcta, pero bueno, como ocurre con muchas historias de Madrid, a veces es más divertido imaginar sus ficciones, que encontrar sus realidades. Vamos allá.
La primera de ellas, nos lleva hasta los tiempos de Alfonso X. Al parecer, en la calle del Espejo residía una joven que respondía al nombre de María Dolanda, la joven era cortejada por el Rey, que preso de su amor le regaló un lazo para que ella lo llevara en sus encuentros (no sabemos si es verdad, pero roñosillo el rey si que parece). Al poco tiempo el Rey detectó que María ya no sólo llevaba su lazo, sino que se mostraba poco dispuesta a sus galanteos. Preso de celos la mandó seguir, descubriendo que la chiquilla se veía con otro pretendiente que no sólo le había arrancado su corazón, sino que burlón, se permitía el lujo de llevar su lazo prendido en sus ropajes. Dado que los reyes de entonces no eran dados a perdonar tales desaires, el monarca se enfadó sobremanera, y aunque Dios nos libre de acusar al monarca de aquello, el caso es que el chaval apareció acuchillado a la salida de su casa sin más enfrentamientos conocidos. La chiquilla, con más miedo que vergüenza, salió escopetada de Madrid dejando el lazo prendido en esta calle de al lado de su casa, que desde entonces lleva tal nombre, y de ahí el nombre de la calle según esta primera leyenda.
La segunda, tiene como protagonista a un enorme lagarto que residía en el arroyo del Arenal y que al parecer, tenía atemorizados a los vecinos. Por lo que se cuenta, un intrépido vecino se decidió a dar captura al reptil y persiguiéndolo, por fin logró darle captura en esta calle, lanzandole un lazo a través del cuello para capturarle.
Personalmente, esta segunda leyenda parece un poco improbable, no tanto por lo increíble de que hubiera un lagarto de semejante tamaño en Madrid, sino por lo complicado que si esté fuera de tal tamaño, tuvieran que perseguirlo durante un recorrido tan grande para un reptil de semejante tamaño.
Y estas son las dos leyendas que se cuentan sobre el origen del nombre de esta calle, espero que sean o no ciertas, al menos os hayan permitido pasar un buen rato recordándolas. Nunca está mal conocer cuáles son las leyendas que encierran nuestras calles.







LA CALLE DESENGAÑO.

Madrid está llena de leyendas y de historias, que aunque de dudosa procedencia, la visten de un halo más romántico, aún si cabe, que con el que ya su preciosa historia la viste.
Personalmente, como muchos de vosotros ya sabéis, me encantan estas historias pues más allá de que sean leyenda o realidad, al convivir con nosotros tanto tiempo, ya importa bien poco su veracidad, ya son nuestras, son una vecina más, son la sal del huevo de nuestra ciudad.
Este es el caso del origen de esta calle que aunque su veracidad es del todo dudosa, el hecho de que lleve con nosotros desde el siglo XVI y aún conserve su nombre en la calle, la hacen como si fuera de la familia.
La historia del nombre de la calle tiene su origen en un duelo, en uno de esos duelos que aunque prohibidos eran la finalidad de casi cualquier conflicto entre cualquier hombre que se apreciara de serlo.
Al parecer, se encontraban en las inmediaciones de esta calle, Jacobo Gratii (conocido por todos como Caballero de Gracia) y el príncipe Vespasiano de Gonzaga, resolviendo un conflicto de faldas, esperemos que de más alcurnia que el de las actuales señoritas que deambulan por la zona, cuando delante de ellos, sin importarle lo más mínimo el castañeo de las espadas o el peligro de la contienda, pasó una dama a la carrera tapada por un velo y perseguida por un zorro. Los dos caballeros sin pensarlo un instante detuvieron su reyerta y corrieron en auxilio de la dama a la que, tras espantar al animal, encontraron un poco más adelante retomando el resuello apoyada en una tapia.
Los caballeros se acercaron a la muchacha, para ver si esta se encontraba bien y si como premio a su gallardía obtenían alguna recompensa por ello, cuando esta se retiró el velo enseñando con ello su rostro. Ambos caballeros observaron con estupor como la dama parecía no encontrarse ya en el muerto de los vivos y su rostro se encontraba completamente momificado, al unísono, los caballeros exclamaron ¡Qué desengaño! Y sin más la calle comenzó a tomar este nombre como recuerdo de esta leyenda que hoy parece de chiste, pero no cabe duda que en el Madrid de la época dejó una profunda huella entre los habitantes de la zona.

Los integrantes del duelo Vespasiano de Gonzaga y Jacobo Gratii.



LA CALLE DE LA VENTOSA.

En los paseos que estamos haciendo por las calles de Madrid, hemos visto distintos y variopintos motivos que han dado origen a sus calles, como el error de traducción de la Calle Espejo, los celos en Mesón de Paredes, o las distintas leyendas e hipótesis sobre la calle Arganzuela, pero el protagonista de hoy es aún más extraña si cabe, pues es posiblemente una de las pocas calles del mundo cuyo nombre se debe a un timador, bueno en este caso a una timadora o curandera que trabajaba y vivía en lo que hoy es esta calle sobre el siglo XVIII.
Según cuentan los historiadores, vivía en esta calle que anteriormente se llamaba Calle de la Paloma Baja, una curandera que respondía al nombre de Juana Picazo. Juana había sido adiestrada en las cualidades sanadoras de hacer cataplasmas con un vaso de cristal, al que con una vela se sacaba el oxígeno y al poner sobre la zona afectada producía un efecto ventosa, que en teoría era sanador y curaba algunos males.
Aquel método novedoso comenzó a ser muy popular entre la población madrileña, ávido de remedios nuevos que los sanasen de sus dolencias y que les permitieran trabajar para mantener a sus familias.
El principal problema, no eran las cataplasmas, que alguna cualidad sanadora se le ha otorgado a lo largo de la historia y de hecho aún se siguen utilizando para algunas dolencias musculares, el problema era que Juana cobraba por ello unas cantidades ingentes de dinero y que desconocedora de cualquier otro remedio, las usaba para prácticamente cualquier dolencia. Según decía ella los vasos que utilizaban habían sido propiedad de San Isidro, por lo que eran capaces de curar cualquier dolencia, pues sus beneficios venían por las cualidades mágicas que el santo había depositado sobre ellas y no de la técnica en sí.
Como suele ocurrir con los caraduras y timadores todo tiene un fin, por lo que en un momento dado sus clientes se cansaron hasta tal punto, de las engañosas artes de Juana, que la raparon el pelo, y subida a un burro la hicieron desfilar por las calles de Madrid, untada con alguna sustancia pringosa, que habían embadurnado en sus ropajes para cubrirla de plumas. De aquella guisa la fueron llevando por las calles de Madrid, mientras que los engañados por la timadora la insultaban y golpeaban en su recorrido.
No se sabe muy bien que acabó siendo de la curandera, pero lo que sí está claro es que aprendió su lección o al menos que nunca se volvió a saber de sus malas artes en las inmediaciones de Madrid.
Aun así, la casa y calle eran ya tan conocidas por todos como “la de las ventosas”, que se quedó con el nombre hasta nuestros días.


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CALLE DE LA ESPADA Y CALLE DE LA ESCRIMA.

Hoy vamos a recorrer estas dos callecillas del centro de Madrid, próximas a la plaza de Tirso de Molina y las cuales mantienen la rareza de que su origen es el mismo.
Dada la proximidad de ambas y tener un nombre tan vinculado, guarda cierta lógica, pero bueno, nunca está de mal conocer el verdadero motivo.
La historia viene del siglo XVII en el que allí existía una casa conocida por la Casa del Inquisidor. En ella un maestro de esgrima tenía alquilado el patio interior en el que impartía su oficio. Por ese motivo decidió colgar de una cadena, una gigantesca espada, en el exterior de la casa, como reclamo para que los viandantes pudieran localizar su negocio.
Aunque el maestro de esgrima tenía célebres alumnos como la familia Lope de Vega, el caso es que su situación financiera no era demasiado boyante, por lo que cuando el dueño del edificio decidió tirarlo abajo para construirlo de nuevo, se quedó con aquella gigantesca espada la cuál en teoría había pertenecido a un noble Francés, como pago de la deuda del maestro.
Al parecer las obras fueron paradas por un litigio que el propietario mantuvo con los frailes de la Merced, sobre la medianera del edificio que intentaba demoler. Por ese motivo la espada quedó suspendida en aquél lugar dando nombre a la calle de la Espada.
El maestro de esgrima mientras tanto, y dado que no quería perder a su clientela, convenció a un librero que tenía un patio abierto, muy próximo al lugar donde había estado dando sus clases.
El sonido de los floretes restallando pronto provocó que los curiosos se pararan frente al patio, para ver las clases que el maestro impartía. Pronto la algarabía de gente provocó dos cosas, una que ya todo el mundo conociera la calle como la calle de la Esgrima, y otro que gran parte de los “gallitos” madrileños acudieran a las calles aledañas, para medir sus habilidades con la espada con los alumnos del afamado maestro, por lo que las autoridades se vieron obligadas a impedir el paso a la zona de cualquier persona armada que no estuviera relacionado con la escuela.
Algunos años después, el maestro de esgrima cerró su escuela, pero aún su recuerdo quedaría para la posteridad por el nombre de ambas calles y por la espada inicial, la cual estuvo muchos años más colgada de su cadena, hasta que el Duque de Alba, Antonio de Silva y Toledo, decidió comprarla e incluirla en su colección personal, atraído por el carácter histórico del arma.
Pero la calle de la Espada guarda dos anecdotas más. Al parecer a finales del siglo XVIII regentaba un local una joven señorita la cual durante un robo fue asaltada y agredida hasta el punto de estar a punto de morir. La chica debido al miedo que el suceso le originó decidió irse a Cataluña en donde años después conoció a un joven con el que se casó. Ambos cruzaron el charco emprendiendo las Américas en busca de un futuro mejor, y así lo hicieron hasta que años más tarde, un fortuito incidente, la llevaron a encontrar entre las pertenencias de su marido un objeto que la habían robado en aquel robo, descubriendo para su infortunio, que tratando de huir de aquel incidente, acabó casándose con su verdadero agresor, quién tras su confesión no volvió a ver a su amada.
Por último, en esta calle, concretamente en el número 3, nació la escritora infantil Gloria Fuertes el 28 de julio de 1918. Sirva este detalle como homenaje a los buenos ratos que nos hizo pasar en nuestra juventud.


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Calle de la Esgrima.
Foto fuente de caminandopormadrid



LA CALLE BARBIERI.

La calle Barbieri debe su nombre al célebre músico Francisco Asenjo Barbieri que nació en 1823 y aunque es conocido principalmente por su joyas de la Zarzuela “Los diamantes de la Corona” (1854), “Pan y toros” (1864) y “El barberillo de Lavapiés” (1874), lo cierto es que Barbierí además de ser un gran músico, también era un excelente conocedor de la historia de Madrid, de hecho incluso Peñasco y Cambronero le citan repetidas veces aludiendo sus conocimientos sobre la historia de Madrid y de sus calles.
Pero si hay algo interesante que comentar de la calle Barbieri, es la historia que le daba nombre hasta 1894, fecha en que se cambió al actual nombre.
Anteriormente la calle de Barbieri era un callejón sin salida, hasta que en 1853 se llevó a cabo su ampliación hasta la calle de las Infantas, entonces su nombre ya era el de la calle del Soldado, el cual le viene dado por una macabra historia que en dicha calle se protagonizó.
Según cuenta la leyenda en esta calle vivía una señora que respondía al nombre de María de Castilla. Tenía doña María una joven hija se moral cristiana y vocación monacal, la cual se llamaba María Almudena Goutili.
La joven era muy muy guapa pero su vocación la llevaba a tener como mayor y único deseo el ingresar en el convento del Caballero de Gracia.
La joven andaba con esta fijación en su cabeza cuando un joven soldado se cruzó en su camino y se enamoró de ella.
Tal fue la obsesión que el joven cogió con Almudena, que hasta mando pintar su imagen con su uniforme de gala, en un pilar del convento de las Mercedarias Descalzas de San Fernando que se encontraba frente a la casa de la joven, con la idea de que su imagen estuviera presente en cada día y que esta finalmente se rindiera a sus deseos.
La cosa es que la joven no cedió en su vocación y esto enloqueció al pobre soldado que presa de la ira tomó la peor decisión posible.
La víspera a la que la joven fuera a ingresar en el convento, el militar la asaltó y la mató sin piedad alguna. Después para más barbarie y en un intento de castigar a quienes para él habían sido las culpables de arrancar a su amada de su lado, la descabezó tomando ésta en un saco, la cual dejo a la puerta del convento del Caballero de Gracia, indicando que era un regalo de la novicia que ingresaría al día siguiente.
Según la leyenda, las monjas al abrir la caja, descubrieron el rostro de Almudena que entre lágrimas exhalo un ¡Madre! como últimas palabras.
El soldado fue rápidamente prendido tras el atroz crimen y llevado a presencia del Marques de Villalba, que era su superior en aquel momento. Este le retiró todos los privilegios por ser militar y tras pasar unos días en el calabozo fue juzgado como civil y ahorcado en la Plaza Mayor.
Posteriormente a su muerte le fue cortada una mano y puesta en una pica a la puerta de la casa de la joven. Esto último personalmente, independientemente de que todo pueda tratarse de una leyenda, no deja de parecerme un detalle de muy poco gusto para la pobre María de Castilla, que tendría que vivir cada día con la mano del asesino de su hija presidiendo su puerta.
Fuera como fuese, esta es la leyenda que sobre el soldado que daba nombre a la calle se cuenta, espero que si no la conocías te haya parecido curiosa y si no era así, al menos te haya traído su recuerdo.

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Café Casa Salvador, lleva abiertas sus puertas desde 1941 en la calle Barbieri.
(Fuente del propio café)

Imagen de la calle Barbieri. 

El compositor Francisco Asenjo Barbieri.

LA CALLE DE LA RUDA

Seguramente la mayoría de los madrileños piensen que su nombre se debe al de alguna mujer tosca que habitaba en la calle en algún tiempo anterior, pero realmente su nombre de debe a un arbusto que frondoso crecía pegado a la tapia del convento de la Latina que llegaba hasta la ubicación de la actual calle y que estaba repleta de dicha planta.
La calle está vinculada al Rastro de Madríd, y aunque nunca ha pertenecido a él, sí es cierto que en ella se establecía un mercado ilegal al aire libre, en el que se vendía de manera ilegal toda clase de viandas y enseres.
Hasta 1936 se mantuvo en ella dicho mercado al aire libre el cual le llevó a ganarse el apelativo de ser la calle más sucia y ruidosa de Madrid. Existen denuncias sobre su estado de insalubridad, la falta de tasas que pagaban los vendedores ambulantes o el perjuicio que hacían al resto de negocios de la zona, que remontan hasta 1846.
El propio Benito Pérez Galdós en su obra Misericordia nos cuenta: “… no le era difícil adquirir comestibles a precio ínfimo, y gratuitamente huesos para el caldo, trozos de lombardas o repollos averiados, y otras menudencias. En los comercios para pobres, que ocupan casi toda la calle de la Ruda, también tenía buenas amistades y relaciones y con poquísimo dinero, o sin ninguno a veces, tomando al fiado, adquiría huevos chicos, rotos y viejos, puñados de garbanzos o lentejas, azúcar morena de restos de almacén, y diversas porquerías que presentaba a la señora como artículo de mediana clase.”
Desde 1905 se había intentado encontrar distintas soluciones para conseguir que el mercadillo fuera disuelto, pero ni el intento de traslado a los mercados próximos, ni el cambio de ubicación, ni la presión de vecinos y comerciantes, consiguió que el mercadillo desapareciera, cosa que sólo consiguió la guerra civil, tras la que este ya no se permitió que regresara.
En esta calle también residió el Hospital Asilo de Santa Lucía del Doctor Santiago Albitos, que abrió sus puertas en 1884 y en el que el Doctor mezclaba tanto a su clientela de pago, como a pobres y menesterosos a los que operaba allí gratuitamente o a cambio de una pequeña compensación. El hospital oftalmológico ocupaba los cuatros pisos del edificio y tenía clientes que llegaban de toda España para ser operados allí, sin importarles el aspecto poco salubre que tenía la calle en la que se encontraba.
Otra de las joyas que encierra esta oscura calle es el Restaurante Malacatín que lleva abierto desde 1895 y que a día de hoy continúa siendo uno de los bastiones de la tradición de la gastronomía madrileña.
Finalmente, dos incidentes llevaron a la calle de la Ruda a los periódicos, la primera fue un asesinato en 1905 en el que al parecer una riña callejera entre dos borrachos terminó con uno de ellos muerto en el suelo. El problema fue que un error por parte del sereno que se presentó en el lugar del incidente, y una prenda de ropa manchada con sangre que se encontró en su casa, por poco estuvo a punto de llevar al compañero de borrachera del asesinado a la cárcel, en vez de a su verdadero agresor. Finalmente todo se resolvió gracias a la declaración del dueño de una pescadería próxima que lo había visto todo y resolvió el entuerto.
La segunda, el secuestro de un niño de unos meses en 1935. Al parecer Juana Villalba estaba en el mercado con su hijo en brazos haciendo la compra, en esto se acercó una señora corpulenta que respondía al nombre de María Lage, la cual se ofreció a ayudarla cargando con la criatura. Cuando María quiso darse cuenta la señora había desaparecido con su hijo.
 Cuatro días más tarde descubrieron a María con el niño, al parecer ésta era la mujer del director de la cárcel de la Carolina, y su relación no andaba por buen camino. En el intento de que su matrimonio mejorara hizo creer a su marido que estaba embarazada y claro, llegó un momento en que el tiempo pasaba y ella no tenía niño que enseñarle a su marido, por lo que desesperada decidió robarle un niño a la primera incauta que encontrara, que no fue otra que a la pobre Juana, a la que estuvo siguiendo durante semanas para conocer datos sobre su vida en caso de que esta desconfiara.
El marido creyó la historia durante esos días, pero el ama de cría que fue contratada, se olió algo raro por lo que avisó a la policía descubriéndose que el niño era en verdad el hijo de la pobre Juana, que se encontraba desconsolada por la pérdida del pequeño.

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Calle la Ruda y al fondo la estatua de Eloy Gonzalo.
(Fuente Flickr)

Restaurante Malacatin.
(Fuente del propio restaurante)



ARGANZUELA.

Posiblemente se trate de uno de los nombres más castizos de Madrid, o al menos que a cualquiera que se le mencione, lo vincularía directamente a la capital, pero realmente el nombre de esta calle, barrio, distrito y lo que fue también una dehesa, se debe según dos de sus versiones a la mala utilización de un mote que mantuvo una vecina de esta calle, vamos a poner algo de luz sobre su origen.
Al parecer, según cuentan los historiadores, esta calle se llamó en otro tiempo calle de la Encrucijada y calle de la Mancebía (por una que se encontraba allí situada). En la primera de las hipótesis se mantiene que el nombre proviene del gentilicio de los nuevos residentes que venidos de Arganda del Rey se aposentaron en la zona, creando un pequeño gueto de residentes de dicha población Arganda pequeña/Arganduela/Arganzuela.
Personalmente me decanto por esta versión, por ser la más simple, que normalmente es la que suele llevar la razón, aunque las dos versiones más extendidas nos llevan al siglo XV y además de ser bastante más prosaicas, la documentación de sus personajes es bastante más extensa. Estas son las dos versiones que se mantienen sobre el mismo personaje aunque una es más una leyenda que una versión.
Al parecer en esta calle vivía un labrador bastante bien acomodado, al que todos conocían con el nombre del “Tío Daganzo”, ya que era natural de dicha localidad. El tío Daganzo era un personaje bastante conocido en la época y con un peso dentro de la comunidad bastante elevado, incluso el propio Cervantes lo inmortalizó en su obra “la Elección de los alcaldes de Daganzo”. El hombre tenía una hija que respondía al nombre de Sancha y que al parecer era muy guapa y garbosa, a la chica se la conocía por el nombre de Sanchica (diminutivo de su nombre) y por Dazanzuela (por ser hija del tío Daganzo).
La chica era bastante famosa por su belleza y sus artes de seducción pero no queda del todo claro si esto es cierto o no, dado que al parecer, según mantiene Pedro de Répide, parte de las lindezas que de ella se contaban, eran invenciones de Antonio Capmani y sus cronistas seguidores.
Fuera como fuese, lo que ésta hipótesis mantiene, es que de la mala derivación del mote de la chica, ésta pasó a llamarse de la zona de la Daganzuela, a la zona de la Arganzuela.
Como os decía personalmente me decanto por la primera hipótesis, pero lo que sí es cierto es que el personaje existió y que se contaba de ella una bonita leyenda la cuál os dejo como complemento de la historia y que sería la tercer de las versiones.
Cuenta la leyenda que estando paseando la Reina Isabel la Catolica por las inmediaciones del rio Manzanares, de repente se encontró presa de un ataque de sed. La reina se acercó a una muchacha de nombre Sanchica, la cuál era hija de un alfarero natural de Daganzo y que transportaba un cántaro con agua para su padre. Al pedirle la reina beber del cántaro, a la niña se le escapó una lágrima de emoción, lo cual conmovió tanto a la reina que ordenó a su sequito llenar tres veces el cántaro de agua del que la niña le había dado de beber y  que regaran con esa agua el perímetro de la tierra sobre la que se encontraban. Una vez realizado la reina regaló a la niña como dote esta parcela de tierra, y por eso esa tierra pasó a llamarse la tierra de la Daganzuela, que con el tiempo terminó llamándose de la Arganzuela.


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Inicio de la Calle Arganzuela con la Fuentecilla (1930)

Barrio de Peñuelas. El principal núcleo de población de la Arganzuela a principio del siglo XX.

Plaza de Cascorro (una mirada diferente).

Hoy vamos a pasear por la Plaza de Cascorro, pero hoy espero que me deis la licencia de olvidarme un poco de la parte histórica, para dejaros mis recuerdos y vivencias de la infancia. Os haré un repaso por mis recuerdos de infancia en la plaza, que supongo que es algo que no puede leerse en cualquier blog y que si de verdad os gusta Madrid también forma parte de ella.
Veréis, mi abuelo tenía una tienda de artículos de montaña justo delante de la estatua, en el número nueve, al lado de una minúscula juguetería donde una señora mayor, que siempre estaba sentada en su puerta, esperaba los clientes que nunca llegaban tanto como ella quería.
Fue mi abuelo el que en parte me dio el amor y afición que tengo por esta ciudad y sus rarezas, allí entre sacos de dormir, tiendas de campaña y botas Chirucas, él me contaba como el bueno de Eloy Gonzalo, valeroso como pocos, salvo a sus compañeros de una muerte segura en las inmediaciones de la ciudad de Cacorro, pero que no es oro todo lo que reluce y aunque valeroso en la batalla el tío Cascorro fue un pieza de cuidado en su vida. Él me contaba mientras descolgábamos de la fachada los expositores de mercancía, como en la cercana plaza de la Cebada se hacían ejecuciones, unas más conocidas y otras no tanto, pero que en la mayoría de ellas el público aclamaba al verdugo como parte de una fiesta popular; o como mientras esperaba a que me comprara el tebeo de cada sábado, en el quiosco del final de la calle Embajadores, me contaba como desenterraron a la Cibeles tras la guerra civil con sus propias manos. 
También él me enseñaba mientras cambiábamos cromos en el Campillo del Mundo Nuevo, que el dinero no es la única moneda legal de este mundo y que el trueque siempre tendrá un lugar en Madrid como moneda de cambio; o como mientras me tapaba la nariz por el olor a pescado de la calle Maldonadas, él me decía que antes olía igual de mal, pero no había pescado que llevarse a la boca.
Aquella tienda, por desgracia se cerró siendo yo bastante ñajo, pero no terminaron allí mis días de Rastro. Mi madre comenzó a hacerse cargo de esta tienda de maletas, baúles y estanterías de pino que os dejo en la fotografía y que se encontraba un poco más abajo, en el número once. Allí comencé desde muy temprano a vender los domingos para sacarme algún dinerillo y ayudar a la familia. Aprendí a regatear, a saber vender, a  valorar el género que vendías y a diferenciar el que viene a comprar del que sólo viene a mirar. Aprendí que los bocadillos de media mañana en el trabajo, tienen un sabor distinto al de cualquier otra hora del día. Aprendí a ver a los rateros y carteristas antes de que se te acerquen, aprendí que a veces es más rico el que nada tiene, pero no olvida lo que le enseñaron sus mayores y a valorar la tradición de esta ciudad muy por encima de sus constantes cambios.
Quizá allí aprendí también, mientras sacaba y montabas el puesto, a diferenciar lo que era un hippie de los que se ponían en ribera de Curtidores a tocar el tambor y fumar lo que hubiera, de lo que era un Heavys de los que subían a Marihuana en busca de parches y camisetas, o de un Sking de los que buscaban bombers militares o de un pijo sin presupuesto de los que subían a comprar jerséis Privata para anudarlos a sus cuellos.
También allí aprendí mi amor por la música, con las miles de cinta TDK de 90 min que comprábamos con el sueldo del día, con aquellos grandes éxitos grabados de Queen, Led Zeppellin o los Doors. O como aunque uno no lo quiera, la ciudad que te acoge y te envuelve, día a día, va cambiando al son de nuestras propias costumbres. Allí aprendí que si algo ya no es lo que era, solamente es por un motivo, y es que quienes antes lo usaban y ahora lo añoran, dejaron de darle la importancia que tenía y dejaron de acudir a mantenerlo vivo, ni más, ni menos...
En definitiva, aprendí que las personas, así como las ciudades crecen y se aleccionan rodeadas de su entorno, por lo que si Madrid es lo que es, tanto para bien, como para mal, es sin duda culpa de los madrileños y de sus visitantes.